- Dos jarras de cerveza y un plato olivas - Ordenó Ramón al camarero. Habían entrado en calor y ahora necesitaban alegría en el cuerpo.
Aun no había terminado esta tarea cuando, a lo lejos, ve los faros de un coche que se acerca. De un BMW tipo chuloputas y con la radio a todo volumen se bajan el camarero gordo y el señor Bonifacio. - Que no pare la fiesta - grita el camarero sacando del maletero del coche una caja de botellines de cerveza.
- Me cagüen Buda - Resopla Arístides mientras busca su martillo de geólogo por si la cosa se pone fea.
- Hemos venido a tomar la penúltima con vosotros - Dice el señor Bonifacio algo ebrio.
La situación es incomoda. Aquellos botijas no tenían intención de marcharse por las buenas. Ramón intercedio.
- Es tarde, estamos congelados y mañana tenemos faena. Nos tomamos la penúltima con vosotros si os tomáis primero una gaseosa del tigre con nosotros. No vale vomitar, ni escupir. Si no nos vamos a dormir. -
Hubo que explicarles varias veces el reto pero al final accedieron. Ramón desayunaba con su refresco instantáneo así que no suponía ningún desafío y Arístides había practicado algo durante el campamento.
- Una... dos... y tres.- Grita Ramón mientras se mete los dos sobres a la boca y se echa un trago de agua. El resto le imita. Ramón sabe como controlar el gas e ir tragando conforme la reacción acaece en su boca. De repente a Bonifacio se le empiezan a hinchar los carrillos y le empieza a salir espuma por la boca. Seguido de una risa nerviosa empieza a atragantarse y toser con fuerza. Una mezcla de vinazo, vómito, babas y espuma blanca salen por su boca. Parace un aspersor. Mientras tanto el camarero nos maldecía y escupía aquel brebaje apoyado en un árbol.
Ramón y Arístides no podían contener la risa. Sabían que al día siguiente no podrían ir al bar a comer platos de olivas, pero ya era el último día de campamento.
-A dormir corazones- Les dijo Ramón mientras se metía en un su tienda de campaña.