Y se hizo la luz.

Es de noche. Me asomo a la ventana. Ante mis ojos dos focos enormes surcan el cielo sin rumbo ni dirección. Sólo dan vueltas iluminando puntualmente el infinito en un intento desesperado de marcar su posición.

Giro la cabeza unos pocos grados a la derecha, veo el edificio que reprensentó a Aragón en la Expo de Sevilla. La fachada de alabastro iluminada desde dentro se muestra como una ofensa atroz a la templanza del espíritu.

Continuo con mi recorrido cervical. A lo lejos diviso la Estación Intermodal de Delicias. Neones morados circundan las redondeadas formas geométricas de la cubierta.

Sin solución de continuidad mis ojos se fijan en una inmensa alegoría fálica. El mástil de la pasarela emerge de las aguas del río. Una bombilla roja en su punta alerta de su presencia.

Sin dar tiempo a dilatar mis pupilas mis ojos alcanzan a ver la Torre del Agua. Se erige inhiesta en el centro de la Expo. Todas sus plantas iluminadas de un color azul anuncio de compresas.
Después de este recorrido visual desde mi ventana, sólo una reflexión es posible. Menudo Lupanar en el que han convertido la ciudad. Tantas luces y neones no dan lugar a dudas.

Et facta est lux. Gen 1, 3.