Tripalium

Ramón busca trabajo. Todos los días mira las ofertas. Siempre lo mismo. Nada para él. 

Ramón se indigna sobremanera. Todas las ofertas son para gente con alguna discapacidad. Es más fácil encontrar trabajo si eres incapaz que si eres capaz. La patronal sólo busca subvenciones. 

Ramón sabe algo sobre la teoría de la evolución y cree que la necesidad de hombres discapacitados va a llevar a la especie humana a convertirse en una especie discapacitada per se. 


Ramón es licenciado en piedras, toca el piano, sus sobrinos dicen que habla el lenguaje de Internet y además es cinturón negro. El sistema no funciona. Quizá algún galeno certifique su sindactilia como una discapacidad y así pueda encontrar un trabajo. 

Ramón no entiende porque busca trabajo. Memento mori. 

Ramón tiene cierta cultura y conoce la etimología de la palabra trabajo. Ramón contempla varias posibilidades. Anacoreta, empresario o perroflauta. No lo tiene claro. Probablemente empresario sea una salida pero le falta la idea que le resuelva la vida. El puticlub para perros parecía descabellado cuando un amigo lo proponía una década atrás. Ahora cobra algún sentido. 

Sísifo y la entropía

Las situaciones de mayor entropía son estadísticamente probables. Las cosas estadísticamente  probables tienden a ocurrir, sobre todo con el paso del tiempo. Una habitación desordenada tiene mayor entropía que una ordenada. Así, un cuarto organizado tenderá a ser desordenado con el tiempo. La única forma de evitar esto es gastando continuamente energía de un sistema externo. Es decir, hacer el esfuerzo de limpiar la habitación con regularidad. 

Sin embargo, en algún momento una habitación desordenada llegará a un máximo de entropía. En este punto, si no se sigue limpiando la habitación tampoco se llegará a un estado de mayor desorden. Por lo que no se necesita ninguna entrada adicional de energía para mantener el estado de la habitación. 

Por lo tanto, la limpieza de la habitación es inútil. Una tarea digna de un Sísifo moderno. Es energéticamente más eficiente permitir a la habitación permanecer en su estado natural de máxima entropía (hacia el que tenderá siempre) y gastar esa energía en cosas más interesantes.



Cirugía anal

Ramón tenía una obsesión insana por cenar fabada de lata. Esto le producía sueños tormentosos que muchas veces rozaban el surrealismo. La relación causa-efecto era clara. Su última reunión con Morfeo no había sido diferente. En ella, sin saber el porqué, aprendía un nuevo término: la cirugía anal. Ramón no paraba de darle vueltas. Había oído hablar del blanqueamiento anal o anal bleaching (lo cual le parecía una genialidad propia de descerebrados que pensaban con el culo). Pero la cirugía anal... 

¿Sería algo estético para tener un bonito pandero?¿O quizá sería trasplantarse el agujero del culo? Si, probablemente sería esto último. Sus días de sufrir almorranas habrían terminado. Sus almorranas eran grandes como pimientos morrones y solían sangrar a deshoras. Siempre con bolas de ciprés cogidas en el cementerio por los bolsillos. Aquél remedio casero de un amigo del bar no funcionaba. A Ramón le gustaba compartir estos problemas con amigos y desconocidos para ver sus caras de asco al hablarles de sus úlceras sangrantes circundando su principal productor de desechos sólidos.

Ahora sólo tendría que ver si se cambiaría el ano por uno nuevo o uno usado. Si fuera usado lo más probable es que me pidiera un culo de la nobleza y así poder cagar como un rey. Ramón sabía que era más fácil que le nombraran rey a que le pusieran el culo de uno, pero le gustaba fantasear con tamañas abominaciones.

Ramón era químico. Enseñaba física y química en un colegio de monjas a niñas adolescentes. Aunque no era su ambiente natural Ramón sabía adaptarse a su entorno. Todo el día rodeado de monjas y niñas. Ramón necesitaba sentirse hombre. Sentirse viril. 

Absurdas ideas sobre la masculinidad rondaban su cabeza. Un día ideó la más descabellada de sus obras para ser el macho alfa. El reto estaba en limpiarse el culo de una sola pasada. Nada de segunda vuelta. Sólo así conseguiría ser el ser superior que anhelaba y al que todo el mundo respetaría. 

Bocetos y esquemas llenaban su cabeza sobre cual sería la mejor técnica. No dudó en ponerla en práctica. Los baños del colegio fueron el lugar elegido para tamaña proeza. Ramón creía que la clave era hacer una bola de papel higiénico un poco mayor del tamaño de un puño y enérgicamente pasarla por la raja del culo de adelante a atrás.  Así lo hizo. Sin duda tenía que perfeccionar la técnica. La relación entre la fuerza con la que agarraba el papel higiénico y la velocidad de limpieza no era correcta. A mitad del proceso aquella bola de papel impregnada en restos de mierda salió despedida con una trayectoria parabólica que volando por encima de la espalda de Ramón terminó impactando en la puerta del escusado.

Sin duda la próxima vez saldría mejor. Ramón era hombre de ciencia. Ensayo y error. 

Satisfecho por su primer ensayo Ramón caminaba por los pasillos de colegio cuando una alumna se le acercó y le dijo:
- Ramón tienes chocolate en el hombro de la camisa - Y con decisión lo cogió entre los dedos con el ánimos de quitárselo.
Sin tiempo a que Ramón reaccionara, éste solo pudo ver como cambiaba el semblante de la muchacha al comprobar que no era chocolate. La bola de papel voladora había desprendido restos que habían terminado en su camisa. 
- MIEEEERRRDA - Gritaba horrorizaba mientras corría pasillo abajo. 

Todo es sospechoso. El perro es sospechoso. Cada veinte segundos el perro tose de una forma entre inquietante y graciosa. Me pone nervioso. Quizá sea la correa que le estrangula y no le deja respirar. Es un perro-patada, no impone respeto. Es un Yorkshire Terrier de baja calidad. 

Una pareja de ancianos son sus dueños. Es difícil de precisar quién pasea a quién. También son sospechosos. Salen de casa con sigilo y con premura cierran la puerta tras ellos. Algo esconden. Todos los días a las 20:53 sacan a la basura dos bolsas bien llenas. Sospechoso. Unos dicen que son sus pañales, otros aseguran que así se deshacen de cadáveres descuartizados que usan para algún tipo de rito pagano. Probablemente canibalismo.

Llevo un tiempo que no oigo toser al perro. Tampoco lo he visto paseando a sus dueños. Probablemente haya acabado también en una bolsa.

Es un vaso grueso de duralex. Hielos polimorfos flotan en un fluido transparente y oleaginoso. Al acercarlo a la boca noto un fuerte olor a alcohol. Sin duda este gin-tonic es capaz de curar la más profunda herida. Sé que si pruebo este brebaje quedaré afectado por una ceguera total propia de las intoxicaciones por metanol. Cómo puedo ser el único en darse cuenta de que nos quieren envenenar. Sin duda este no es mi sitio. Soy distinto y probablemente superior a todos ellos. 

A mi alrededor todos bailan espasmódicamente ritmos que parecen tribales. Todos se saben las canciones que pincha el deejay menos yo. Tantos años de solfeo y armonía, tantas fugas de Bach, tantas sonatas de Beethoven, tantos nocturnos de Chopin, para acabar sometido a un infame ritmo binario. Chis, pum. Chis, pum. Chis, pum. Chis, pum. 

Qué fue de los compases de amalgama y del contratiempo. Chis, pum. Chis, pum. 
Un martillo percutor tiene más variedad que ésto. Chis, pum. Chis pum. 
Intento descifrar las letras de las canciones que corean. Chis, pum. Chis, pum. 
Desafinan hasta en los silencios. Chis, pum. Chis, pum. 

A empujones consigo abrirme paso hasta el retrete. Es fácil llegar hasta allí. Sólo tienes que dejarte llevar por el olor a letrina infecta. Conforme me voy acercando noto como mis pies empiezan a chapotear sobre lo que supongo son orines. La gente sale del baño con la cara desencajada y con una euforia inconmensurable. Sin duda no podrían aguantarse más. 

Buscaré un árbol.