Viernes, 10:30 AM. Duermo felizmente. De repente el teléfono me despierta y sobresalta. Brinco de la cama y respondo con carraspera mañanera.
- Si, dígame -
- Hola buenos días. Mi nombre es Eduardo Miralles. El motivo de mi llamada es que su número de teléfono ha sido seleccionado para entrar en el concurso de un bono de la lotería Euromillones. ¿Conoce usted la lotería Euromillones?
- Si, la conozco.
- ¿Es jugador de la lotería Euromillones?
- No, lo siento, no soy ludópata.
- No importa señor. Para concursar usted sólo tiene que responder correctamente a una pregunta que le voy a formular. ¿Está preparado?
- Si adelante. - Después de la panchito-letanía que me estaba soltando iba a ver dónde desembocaba lo que tenía pinta de estafa telefónica.
- ¿Cual es el slogan publicitario de la lotería Euromillones? Para contestar dispone de tres posibilidades:
 a) La vida es sueño.
 b) Euromillones, todo cabe.
 c) Sólo hace falta jugar, ¿Jugamos? 

Las dos últimas respuestas me querían sonar así que me decidí por el señor de la Barca que con los derechos de autor y la SGAE seguro que les tendrían que haber pagado a los herederos de calderón de una millonada. Si bien es cierto que las connotaciones erótico-festivas de la respuesta "b" podían darme mucho juego.

- La "a". -  dije seguro de mi.
- Enhorabuena señor ha acertado. Para que podamos continuar ¿Puede indicarme cual es su nombre?
- Soy el comisario Aceituno.- Respondí vehementemente.

No hubo más preguntas. El licenciado Eduardo Miralles había colgado el teléfono.

La gran extinción.

La glaciación había dejado un paisaje desolador. De repente la comida escaseaba, y la poca que quedaba estaba podrida. Estabamos condenados a la extinción. En un intento desesperado de supervivencia los machos dominantes han decidido en sacrificar a la tercera parte de la manada. Si no los tenemos que alimentar quizás sobrevivamos. Va a ser dificil. Pasaremos hambre. Y lo más probable es que no podamos recoger la cosecha todos los meses.

Por otra parte me siento liberado. Por fin no tengo que soportar a parasitos hierve-sangres. Creo que el descarte ha sido bueno. Las cartas que nos quedan son buenas para ganar la partida. 

The buck's stops here

Allí estabamos. Juntos otra vez. Sentado frente a tí. No sabía que decirte. Tuve que leer la chuleta. Hablamos en un lenguaje casi olvidado para mi. Con la emoción del momento las caricias pasaron a ser firmes pulsaciones. El sonido se proyectaba dentro mi cabeza. Lineas adicionales amontonadas una encima de otra. Mis dedos eran lentos y torpes. Era incapaz de ejecutarlo todo. Sin embargo me producía un placer mental que despertaba mis sentidos.

Hablé con el viento. No le entendí. La luna era enigmática. Tan negro como una noche sin luna. En mis sueños, por fin, lo entendí todo. La vida te matará... es duro, pero tiene sentido.

The solution to a problem, changes the problem.

Clarificadora pero no reveladora. Omnes vulnerat. La noche fue larga y las conversaciones repetitivas. Nadie estaba a salvo. Todos eran despellejados, incluso yo. Las espaldas no están cubiertas. Estoy en territorio enemigo. Busca una salida. Prefiero atacar. Estoy encendido. Espléndido. Hacía tiempo que no me sentía así. Diarrea mental fluía por mi boca. Menuda bronca. Casi me acojono hasta yo. Me quedé a gusto. 

Rabia contenida hacía más de tres años. El globo a punto de estallar. Sólo necesite un pequeño empujón. No quedaba ginebra, tampoco seven up, la cerveza no tenía gas. Vaya mierda bar. La discusión continua en su casa. En la terraza los vecinos nos hacen callar. Es tarde. Nos metemos dentro. No hay quórum. Una y otra vez siempre lo mismo. Me voy a mi casa. Dios en la todos.

Lo que no te mata, te hace más fuerte
Friedrich Nietzsche.

Tiernamente mortales.

Estaba claro que aquél cuadrúpedo y yo manteníamos un odio mutuo. Mi condición racional (y ochenta kilos de diferencia) me otorgaban cierta ventaja. Sin embargo sus impulsos animales me hacían temeroso de su primer ataque.

Tras un quiebro conseguí que se quedará fuera de la habitación.  Mi paz solo duró un pequeño instante. Aquel bicho tenía la capacidad de abrir las puertas. ¿Por qué aquella casa no tendría pomos redondos?

Sin tiempo de reacción saltó sobre mi pierna. Con sus uñas clavadas en mi cuerpo abrió su mandíbula y clavó sus afilados dientes en mi rodilla. Dolor intenso. Mi reacción no se demoró.

Intenté sacudirme la pierna pero el animal me había apresado con firmeza. Mi mano derecha rodeó su cuello y apretó. Pensé que soltaría inmediatamente. Error. Sus ojos, tiernamente mortales, me miraron fijamente. Su boca se abrió levemente para volverse a cerrar con más energía. Mi dolor se reavivo. Mi mano también apretó su cuello con más fuerza.

Ignoro si la estrangulación fue respiratoria, sanguínea o nerviosa. Por fin tuvo su efecto. Me soltó la pierna. Sin soltar su cuello, lo levanté en el aire y sentí como empezó a convulsionar.  Sus bigotes y su boca estaban manchados con mi sangre. El gato había estirado la pata mientras me miraba.

Seguro que ahora me tengo vacunar de algo.

Y van dos.

Reflujos gástricos reptan por mi esófago en busca de una salida. Llevo dos días con esta mala digestión. Estoy empachado. Mi válvula pilórica también se resiente. Se abre y cierra a voluntad propia. No la puedo controlar. Me supera.
Ignoro lo que me ha provocado este empalago, pero me lo barrunto.

Subordinados. Agentes dobles, "trust no one". Compañeros enojados contra la obstinación. Pronto buscarás ayuda. Sólo habrá puertas cerradas. No te preguntes porqué.

Hace tiempo te avisé. Has pisado una mina y sólo te ha herido. La próxima te hará caer.

Repostando

Fuente: LUIS CEBRIÁN  / Gasolinera  - 1937 - 2008 
El depósito había entrado en reserva hacía más de cincuenta kilómetros y el chivato del salpicadero había empezado a parpadear. En un acto reflejo aprieto el culo. Espero llegar a la gasolinera. Sin mayor consecuencia aparco junto al surtidor. Salgo de la furgoneta y abro el tapón del depósito. Una duda me asalta, ¿Me enchufo la manguera o espero a que vengan a servirme?. No tengo prisa. Tampoco me van a bajar el precio por ahorrarles trabajo. ¡Qué se gane el pan!.

Mientras espero al gasolinero palpaba mi cuello con la intención de calmar mis doloridas contracturas. Al tiempo se dirigía diligente una empleada de la gasolinera. Aspecto sudamericano. Gafas, delgada, tez morena, baja estatura. Todo ello adornado con una bizca mirada de fines aviesos. Trás enchufar el boquerel del la manguera me pregunta:

- ¿Ha ido alguna ves al quiropráctico?
Sorprendido por la pregunta le respondo que si.
- Y... ¿no conosera algún quiropráctico de confiansa donde pueda ir?. Tengo la espalda destrosada.
- La verdad es que siempre que  he ido al masajista ha sido en Huesca - Le respondo, mintiéndole vilmente. No tenía ganas de darle el teléfono de nadie.
- Es que una ves fui a uno que no hasía más que acarisiarme lo senos.

Ante estás psicotrónicas declaraciónes bajé la vista para mirarle las tetas. Nada del otro mundo, más bien escasas para mi gusto. Mi cara era un poema. No sabía que expresión poner. Si reír o compadecerla.

Ciertamente me quedé con ganas de preguntarle si no distinguía entre una casa de masajes y un masajista.