Sinfonía número 8.

Cada día despertaba con la ilusión de conocer el final de la historia. Aquella bloguera que lo tenía enamorado había cautivado su atención una vez más. Posibles finales inundaban su imaginación. Buscaba una respuesta al tormento desatado por aquel relato inconcluso. Ignoraba si tal desesperación le había provocado la crisis biliar de aquella noche...  las bravas nadando en mayonesa y picante de la cena seguro que no tuvieron nada que ver. 


Al menos aquella angustia le había despertado una necesidad que últimamente había perdido... ¡escribir!. Aunque fueran cuatro lineas.


Viejos amigos.

Hacía ya más de 7 meses que no hablaba con ella y más de 10 que no la veía. Por algún extraño motivo mi relación con ella no había acabado bien. Como en otras muchas ocasiones le echaron la culpa al mensajero. En este caso el mensajero era yo.

Sentí vibrar el teléfono en el bolsillo de mi pantalón. Alguien me llamaba. Era ella. ¿Que querría de mi? pensé. En su último mensaje prácticamente me mandaba a la mierda y me defenestraba como amigo. Con decisión respondí a su llamada como si no supiera quien me llamaba. Me hice el sorprendido y estuvimos un rato hablando, evitando continuamente el motivo por el cual habíamos perdido el contacto.
En un momento dado me hizo la típica invitación sin fecha que se hace por quedar bien. 

 ¿El sábado que viene te parece bien? Así te enseñaré la moto que me he comprado.

Mi iniciativa le cogió por sorpresa, no tuvo tiempo de inventar una excusa así que aceptó. Además el que tenía que viajar era yo.

Aquel día me levante tarde, puesto que había estado tomando unas (demasiadas) copas con mis amigos la noche anterior. Además ella vivía a no más de una hora de viaje. Me puse el casco y partí con mi moto a ver a aquella chica que durante mucho tiempo fue mi amiga. 

Había llegado a mi destino, crucé el río y la llamé. Ignoraba donde estaba su casa y no conocía la ciudad. Sin respuesta. Me cagüen todo lo que se menea, pensé. Insistí y volví a llamarla. Sin respuesta. Me senté en un banco con la esperanza de que viera mis llamadas perdidas y me llamará. 

Pasé el rato contando coches. Cincuenta y tres coches blancos y siete autobuses más tarde empezó a sonar el teléfono. Era ella. ¿Dónde estás? me preguntó. Pues ahora voy a buscarte. Así que seguí esperando un rato más. Esos fueron los momentos de mayor angustia. Deseaba sobremanera que viniera sola, así podría hablar con ella con más tranquilidad y libertad. 

Por fin apareció un coche, paró frente a mi y bajó ella. Casi sin fijarme en ella dirigí mi mirada al conductor. Sus rasgos situaban su origen en el sur de América cerca del ecuador. La miré y me dijo:  es Johnny. Le dí la mano a través de la ventanilla y se fue. 

Entonces sí la que miré con la máxima atención posible. De abajo arriba y de arriba a abajo. La energía de su cuerpo se concentraba en un ombligo que lucía con esmero. Como si de un centro de simetría se tratase dividí mi atención en lo que había por encima y por debajo de aquel ombligo adornado con un pendiente. Por debajo de este aparecía una falda que no era mucho más grande que un cinturón ancho dejando ver sus morenas piernas. Por encima de su ombligo una camiseta de tirantes con un generoso escote que daba poco pie a la imaginación.

Tras un resoplido de valoración tomé aire y le dije haciendo mía la frase de un amigo: "Estoy profundamente enamorado de ti". Se echo a reír. Me abrazó. 

Fuimos a tomar algo y hablamos. Hablamos de su ex-novio y la actual pareja de este. Motivo por el cual habíamos perdido nuestra relación. Hablamos de Johnny su "chico" ecuatoriano. Hablamos del trabajo, la vida y la muerte. Mi dialéctica no era fluida y es que aquella minifalda me atascaba. Le veía muy entusiasmada con su nuevo amor. 

Poco después llamó a Johnny y fuimos a comer. El fulano en cuestión baila Hip-Hop y aquella tarde tenía una actuación no sé a qué fin. El caso es que estaba nervioso como si el urólogo le fuera a hacer un tacto rectal. Los momentos de silencio invadían la mesa así que volví a hacer mío una disertación que había leido no hacía mucho en la novela de mi amigo Ramón y le pregunte a Johnny. ¿Te has excitado alguna vez analmente?

Johnny me miró con cara de decir "este tío es un degenerado". 

Si el culo sólo sirviera para cagar entonces no sentiríamos placer al cagar Johnny escuchaba alucinado No te ha pasado alguna vez mientras estás creando algo grande, (me empezaba a divertir de verdad) que te viene el padre del señor topo y venga a hacer fuerzas... y que no sale... y venga... y al final... aaah ¡que a gusto te quedas! Ahí... sientes como cae por tu esfínter... ¿no te a pasado alguna vez?, ¿no has sentido placer? Ella que me conoce bien se partía de risa, mientras que Johnny sonríe asombrado ante semejante personaje. 
Bueno, a mi no me ha pasado... yo solo te pregunto. Me lo ha contado un amigo. Dicen que a partir de ahí se pasa a la estimulación anal. ¿Os habéis estimulado analmente alguna vez? Bueno yo no. Esto... Yo no soy gay. El caso es que dicen que a uno le entra la curiosidad y el siguiente paso es que cuando uno está en la ducha y se está limpiando los bajos... ops sin querer se frota demasiado el culo... ¿entiendes lo que te digo Johnny? ... sin querer, sabes... y en esto que nota algo por ahí... Pues a partir de ahí dicen que uno empieza a profundizar en el tema y a meterse dedos, zanahorias... hasta que le gusta tanto que se convierte en homosexual. 

De repente Johnny exclamó: Me dijiste que a tu amigo se le iba la pinza pero creo que este la perdió.

Ella y yo reímos con complicidad.

Había ganado la batalla contra si mismo. Amaba al Gran Hermano. Amaba el partido. Amaba el poder. Se había dado cuenta que amaba el absurdo, lo nimio, el sin sentido. Si crees en el partido no eres inmortal, como le había dicho O'Brien. Simplemente estás muerto.
. . . .
El olor metálico de la sangre flotaba en el aire. La débil luz del sol que desaparecía en el horizonte acariciaba el inánime cuerpo de Winston. Su mano todavía sostenía una navaja de afeitar.

DIA II
Estaban en el pasillo despidiéndose, mientras yo despertaba. Oí como se abría la puerta principal para cerrarse inmediatamente después. Acto seguido fue la puerta del cuarto donde dormía la que se abrió. Apareció ella con una mezcla de camisón y salto de cama de raso que dejaba poco a la imaginación. "Siempre quise despertar así" exclamé. Sin decir nada se me tiró encima, me abrazó y se puso a llorar. Marrón. Aguanté como un campeón. Me limite a abrazarla firmemente y a no preguntar, si me quería contar algo ya hablaría como otras veces había hecho. Así lo hizo. Por lo visto el trabajo la tenía muy quemada. 

Tras tres cuartos de hora de mi psicología más elaborada le dije que durmiera un par de horas que ya la despertaría yo. Fueron las dos horas más largas de mi vida. Intenté leer algo pero me resultaba imposible hacerlo gracias a Lua, su gata. Lua era el ser más pesado del mundo. Se me subía una y otra vez a la chepa. Arañaba mi espalda. Saltaba sobre mi. Si la encerraba resultaba inútil, pues había aprendido a abrir las puertas. Valoré la posibilidad del maltrato físico pero igual se mosqueaba la dueña, así que simplemente me vestí y me fui a la calle a ver el mar. Desayuné una tapa de ostras y un ribeiro, y volví a la casa.

Cuando entré ella ya se había despertado. Andaba buscando el móvil para ver donde me había metido. De nuevo me abrazó y me dio las gracias por lo de antes. "Me ducho y nos vamos" musito mientras me seguía abrazando. 

La cosa pintaba fea. Pero bueno sólo eran cuatro días. Fuimos a Santiago. Llovía a cantaros, no parecía que fuera a parar. Comimos en un restaurante de los que el camarero te acerca la silla al culo cuando te sientas. A ella le había dado una especie de subidón y no paró de hablar en toda la comida sobre historietas del colegio, sus novios, nosotros, el futuro. Después de comer, bajo la lluvia, fuimos en plan culturetas a un museo. Herramientas de trabajo, costumbres y folclore de hace 80 años o más. De repente ella dijo: "Necesito tomar el aire".

Estaba pálida y no se encontraba bien. Decidí que lo mejor sería llevarla a casa. Como un gentelmen paré un taxi para que nos llevará al coche, ya que llovía y ella no tenía mucha pinta de poder caminar en tales condiciones. Conduje el viaje de vuelta y fuimos a su casa. Insistí que se fuera a dormir y que no se preocupara por mi, que me iría a dar una vuelta por el pueblo. 

Un ración de pulpo y una copa de albariño le dije a aquella abuela detrás de la barra. ¡¡¡Prufff... Qué barbaridad!!! Menudo plato pulpo aquello era un regalo de las deidades del mar. La ración era bastante generosa de modo que tardé en acabarlo, aunque en ningún momento superó mi capacidad ni mi ansia de seguir pidiendo semejantes manjares. Pagué y me fui en busca de otro chiringuito. Siguiendo mi filosofía de que cuanto más cutre, mejor. Me metí en un tascucio oscuro. Un ración de berberechos le dije al tabernero. El tabernero era un hombre gordo, de movimientos torpes, calvo y con bigote. A pesar que no haber pedido nada de beber cogió una botella de vino blanco y un vaso y me la puso delante. Cuatro minutos más tarde sacó de la cocina una fuente con carambullo de berberechos. Cielo Santo pensé. Para comerme esto necesitaré beberme la botella entera por lo menos le dije a aquel sin par personaje. Y así fue. 

Medio entonado salí del bar en busca de un aire que no estuviera tan viciado como el de aquel sitio. Llegué hasta la playa y me senté. Soplaba un viento bastante frío así que me despejé rápidamente. Allí estuve hasta que el sol estaba por debajo de la línea del horizonte. En aquél momento decidí volver. Para ser un invitado ya era hora de volver. Cuando llegué al portal me encontré a ella y a su novio saliendo del portal. "Nos vamos a urgencias, ¿Te vienes?" Me dijo ella. "No, mejor me quedo, estaréis mejor sin mi" Respondí. 

Subí a la casa, jugué con la gata, vi la tele un rato y me fui a dormir.

Debían ser las tres o las cuatro de la mañana cuando note que se abría la puerta del cuarto en el que dormía. Oí la voz de ella diciendo mi nombre. Abrí los ojos y me incorporé. Ella se sentó a mi lado. "¿Qué te ha dicho el médico?", pregunté. "Tengo estrés paranoico depresivo", respondió. Hice un silencio valorativo para recapacitar su respuesta. Creo que no la había entendido, ignoraba si lo que le estaba pasando era fruto del mobbing laboral o mi presencia allí había cortocircuitado alguno de sus procesos mentales/sentimentales.

Ella había mandado al piltrafilla de su novio a buscar los medicamentos prescritos por el galeno así que me tocó hacer de psiquiatra de nuevo. Cuando volvió se tomó toda la suerte de pastillas que le habían recetado y se metió en la cama. 

DIA III

Aquel cócktel de pastillas debían ser una mezcla de calmantes y somníferos pues cuando me levante ella seguía dormida a pierna suelta. 

En un principio el plan era ir a las Cíes los tres juntos, pero en aquellas condiciones no podía ser. Condescendiente con la situación le dije a su novio que no se preocuparan por mi, que me dejara la tienda de campaña que me iba yo sólo a las islas y que ya volvería al día siguiente para comer con ellos antes de coger mi tren.
Ante estas palabras comprobé en su rostro cierta cara de alivio al saber que ya no iba a ser un estorbo y presto me dio la tienda campaña y me ofreció el llevarme hasta el barco. "Corre o lo perderás me dijo".



Viaje a ninguna parte. Dia I.

Con cierto nerviosismo baje del tren. Anduve por el andén buscando entre la gente. Esperaba verla en cualquier momento. Mi corazón se aceleraba. De repente noté vibrar el móvil en mi bolsillo, era ella. "No he podido aparcar, sal al aparcamiento que estoy allí" me dijo. Aceleré el paso. Salí. No vi nada. Caminé hacia la salida. De repente oí gritar mi nombre. Me gire. Allí estaba. Eché a correr mientras mis ojos empezaron a hacer un examen preliminar de cómo le habían sentado estos cuatro años.
Había engordado algunos kilos pero seguía espléndida.

Cuando llegué por fin llegué hasta ella nos miramos sin decir nada durante dos segundos. Me quité la mochila, y nos abrazamos. El tiempo pareció pararse. Dos minutos más tarde nos soltamos, nos miramos y sin decir nada todavía, ella abrió el capó del coche y metí la mochila. Al cerrarlo ella me miraba. La volví a mirar y me volvió a abrazar. 

Por fin ella dijo en un alarde de imaginación. "Bueno... ¿Qué tal?" Mi respuesta no se hizo esperar, la había estado ensayando durante cuatro años con distintas mujeres de mi alrededor. "Mucho mejor ahora que estoy contigo". Sonrío y dijo: "No has cambiado nada". 

Una vez dentro del coche empezamos a contarnos un poco nuestras vidas, peripecias y aventuras. En realidad ella hablaba más que yo, pues su vida había estado llena de sobresaltos. 

- Esta noche yo trabajo pero le he dicho a Toño que irás a cenar con él-
- ¿Quién es Toño? - pregunté temiéndome lo peor.
- Mi novio. 
What the fuck!!! Me había cruzado la península ibérica y ahora me dice que tiene novio. Mi cara de tonto debía ser épica. Por lo visto habían estado ya juntos anteriormente y después de varios escarceos amorosos del uno y del otro habían vuelto a reanudar su relación. - Mientras vivan separados no todo está perdido, pensé. Craso error. Vivían juntos, vaya por Dios. De todas formas me había estado preparando psicológicamente para encontrarme aquella situación, así que no supuso más que otro taxi con el cartel de ocupado. Ya pasará alguno libre.

Llegamos a su casa. Abrió la puerta y rápidamente salió del interior un gato. Todo parecía torcerse, ya que mi amor por los animales de compañía nunca fue manifiesto.
Dejé mis cosas y decidimos salir a comer. 

Sin dejarle tomar iniciativa decidí rápidamente ir a tapear. Es decir, pedir raciones de marisco regadas con vino del lugar. Ya que me había cruzado el país entero para ver a un chica con novio al menos comería lo que me apeteciera. Y así fue. 

Aquella tarde la dedicamos a dar paseos en barco de un lado al otro de la ría. E hicimos la reserva el camping de las islas donde nos conocimos, Las Cíes. A pesar de todo fueron unas horas bastante intensas. La barandilla de aquellos barcos era un lugar ideal para sincerarse. 

Por la noche ella trabaja, así que me dejó al cuidado de su novio como había previsto. Las presentaciones fueron escuetas. No sé que podría haber visto ella en semejante piltrafilla. Así es el amor... Pero bueno me hice fuerte y decidí aguantar al fulano con la mayor simpatía que me fuera posible, de todas formas el que estaba de intruso en su casa era yo. 

Me llevó a cenar a un asador que tenía buena pinta. Al menos el fulano no tenía mal gusto. Yo no me pensaba privar de nada, así que me pedí un buen chuletón, mientras él encargaba a la camarera una pizza calzone... Mis sospechas de que era un gili se seguían confirmando. La conversación durante la cena fue de lo más variada. Economía, universidad, situación sociopólitica del país y de las comunidades, Fraga y otros dinosaurios, las ingles, importancia de las ingles, las ingles en la historia...

Yo estaba cansado del viaje así que nos fuimos pronto a dormir. Cada uno en su cama.

Haiku

Una pareja de la Guardia Civil:
un gitano y un negro. 
Otoño en Cadrete.

Ducha fría

Que mente preclara habría tenido la idea de cortar el agua en el momento más jabonoso de la ducha matinal de Ramón.  Poco a poco el gran chorro con el que le gusta exfoliarse se iba convirtiendo en un fino hilo de agua. En un ridículo intento Ramón intenta aclarase. Tan solo consigue sacar más espuma. 

- En la nevera tengo unas botellas de agua - piensa Ramón mientras sale de la ducha chorreando agua y jabón. - Esto no será muy distinto a aquel campo de trabajo en Estrasburgo dónde usábamos una regadera para ducharnos... -

Joder que fría.  Recristo!!! ¿Quién me mandaría bajar el termostato de la nevera?

Fuente: http://www.joaquingonzalezdorao.com


  

Una mujer con sombrero (ii)

- ¡Van a llegar tarde...  cómo las grandes divas! -  Dijo la mujer del sombrero en un intento vano por relajar el ambiente.
- A mi una vez me lo hizo Shakira, llegó 40 minutos tarde. Desde entonces le puse una cruz - Siguió diciendo.

Ramón podía notar como la vena del cuello de una de las "divas" se iba hinchando. Ella no había abierto la boca pero Ramón sabía que si lo hacía no sería para decir nada bueno. Ramón necesitaba abstraerse de aquella incomoda situación. Subió la radio y pisó el acelerador.

Ni así consiguió hacerla callar. Esta vez el pretexto era la bacheada carretera combinada con la velocidad.
- Esto parece la montaña rusa. -
Nadie le hizo caso, la música estaba lo suficientemente alta para que pareciera que no la habíamos oído.  Le habíamos hecho el vacío.

Ramón había cumplido su objetivo. Habían llegado a tiempo a pesar de la compañera de viaje. ¡Cómo podía ser que ayer hubiera venido aquí y no recordara el nombre del pueblo! Otra vez la incompetencia había rodeado a Ramón. Parecía tener un imán para ese tipo de personas. Por experiencia sabía que era inútil razonar con ellas. 


-Dónde coño se habrá metido esta tía, se podría haber quedado a ayudar-  pensó Ramón.
-Quizá así me evito tener que aguantarla - Se respondía a si mismo. 


Prácticamente no la volvió a ver hasta la hora de volver. Su petulancia seguía intacta. Llevaba un vaso semitransparente de plástico y con una tapa de la que salía una pajilla para sorber. En un interior se adivinaba lo que podía ser un café con leche. A Ramón le parecía un poco asqueroso, estaba convencido que aquella semitransparencia era debida al uso repetido del mismo sin un lavado intermedio. 


- Ya le podría haber dado un agüica la marrana ésta. - Los pensamientos de Ramón se veían interrumpidos por su estridente voz.
- Mi trabajo aquí ha sido un éxito. He ido puerta por puerta sacando a la gente de su casa para que viniera al concierto. - Afirmaba presumida.

Ciertamente había gente, pero Ramón dudaba de aquellas palabras. El camino de vuelta fue directo. Sin rodeos. Ya sólo faltaba una cosa. La única razón por la que no habíamos abandonado en la cuneta a la mujer del sombrero. Nos tenía que pagar...


- Ya disculparán pero no les puedo pagar porque no he traído la tarjeta. Si no les importa podemos quedar mañana y les abono sus honorarios, lo único que traje es el cheque del chofer...

Ramón volvía a sentir el palpitar de las arterias carótidas de las "divas" que educadamente quedaron con ella para el día siguiente. Al menos él había cobrado.  


Ya sólo faltaba ella. No la conocíamos y sin embargo teníamos que confiarle nuestro sino. Ramón no tolera la gente impuntual. Al menos tenía buena compañía. Por suerte no tarda en llegar. Antes de que se presentara Ramón ya le había pasado su escaner con el siguiente resultado:

Mujer con sombrero. Nulo sentido del ridículo y aires de diva. Probablemente de un país de costumbres poco evolucionadas. Un toque de pija-gilipollas sabelotodo. Y sobretodo ignorante. Claramente una subespecie alóctona.
A Ramón le gusta escanear a la gente y comparar sus resultados con la realidad. Rara vez se equivoca. 

Tras la presentaciones de rigor emprendemos viaje. El destino había sido prefijado con anterioridad y confirmado por la del sombrero. Aquella pregunta había hecho pensar a Ramón:
- ¿Vamos a volver por el mismo sitio? - Preguntó la mujer con sombrero.
- Si, pero si quieres hacer turismo puedo volver por otro camino. - Responde Ramón.
- No... bueno. Luego, cuando lleguemos ya te diré... -
Algo inquietante que no quería o  no se atrevía a decir estaba pasando. Los kilómetros pasaron y llegamos a nuestro destino. Atravesábamos las estrechas calles intentando llegar a la iglesia. Sobre la marcha Ramón baja la ventanilla, aminora la velocidad y le pregunta a un aldeano: 
- ¿A la iglesia? -
- Recto hasta la plaza - Le dice -
Ciertamente ya estábamos allí. Según aparcábamos junto a la iglesia el aldeano había llegado a nuestra altura y como un espectro orbitaba alrededor del coche. El escaner de Ramón había vuelto a funcionar.
Aldeano con gorra y gafas de hipermétrope. Sin duda le falta un hervor. Parece que en su vida a visto a tres mujeres juntas dentro de un coche. Tiene buena voluntad pero esconde algo de malicia.
Ignorando al aldeano Ramón percibe cómo cierto nerviosismo se apodera del coche. 
- Pues esto no me suena - decía la mujer del sombrero mientras Ramón se temía lo peor.
- Es esta la iglesia en la que hay un concierto esta tarde- Preguntó Ramón diplomáticamente al aldeano.
-Bem! ¿Un concierto...? ¿Aquí..?- Exclama resoplando...
- Cómo no sea en la ermita... pero m'habría enterao !!! -Replica.
- ¿Y el bar de Pili y Manuel? - Pregunta inquisitivamente la mujer con sobrero.
- Va a ser que aquí no es...
- Espera que voy a llamar por teléfono a la alcaldesa- Dice la del sombrero.
Yo hace un rato que habría llamado piensa Ramón... Sus sospechas se confirmaban. Aquel no era el lugar. La toponimia no era tan nimia como parecía. Al menos estábamos dentro del mismo valle.

La tensión era obvia. Cualquiera en tamaña situación hubiera abandonado en la cuneta a la mujer del sombrero o mejor aún la habrían dejado a merced del aldeano.  Nuestra educación lo impedía aunque no era por falta de ganas... 

Ramón sabía que llegarían a tiempo.

Et nolite iudicare et non iudicabimini. Lc 6, 37. 

Paleta en el cementerio

El joven Luis ya tiene edad para ir a la obra a ayudar a su padre. Acarrear la ladrillos y amasar mortero son sus funciones. Algún día será albañil. El cementerio se ha quedado pequeño y hay que hacer más nichos para los nuevos inquilinos. Son tiempos de guerra y la población de finados aumenta rápidamente.

Tras la comida el joven Luis tiene la necesidad de echar una siesta. Es verano y hace calor. Así que el lugar más fresco que encuentra para descansar es dentro de los nuevos nichos. Seguro que aquí nadie me molesta, piensa el joven paleta mientras sube por la escalera hasta la quinta fila de nichos...

El cansancio y media bota de vino hacen a Luis dormir plácidamente hasta la oscuridad de la noche. Una ligera resaca lo tiene abotargado. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Se pregunta. Se arrastra hasta la boca del nicho, mira a su alrededor y entre la oscuridad  observa que la escalera ya no está. 

- Cagüen el copón - Exclama Luis.
- A ver como bajo ahora de aquí. - 

Había pasado un rato cuando de repente una melodía silbada alerta a Luis. Parecía el guarda haciendo la ronda. Estaba salvado. -Eh sácame de aquí que quiero bajar - Espetó Luis silenciando el silbido. -¡Que estoy aquí!- Gritaba esperanzado.

Al oír los gritos el guarda había salido despavorido. Sin duda no estaba preparado para estas apariciones.   

Tragando

- ¿Y esos quienes son? - preguntó por tercera vez en una semana. Por tercera vez en una semana le volvimos a explicar que eran un grupo terrorista próximo a Al Qaeda que surgió para hacer frente a la invasión de Irak, y que uno de sus objetivos es la unión de todos los estados musulmanes del mundo.

- Los que quieren conquistar la Aljafería porque dicen que es suya - Replico para ver si con ese pequeño detalle que ya dije en su momento caía en un ignorancia.

- Esto es un montaje - dice seguro de sí - Es un montaje para meternos miedo y que no pensemos en otra cosa; u os creéis que los Estados Unidos iba a permitir algo así - comenta mientras vemos en la tele como un periodista arrodillado con una capucha en la cabeza es apuntado con un arma por un niño-soldado.

Nadie le responde, nadie le contradice. Seguirle la discusión a un gilipollas es como jugar a la lotería. Sabes que no vas a ganar, pero la tentación esta ahí.

Incompetencia

Algo iba a pasar. ¿Qué hacíamos allí? Habían llamado a unos cuantos, después a otros y el resto esperábamos impacientes en la mesa. 
- Lo más probable es que nos despidan - Dije creando un estado de alarma.
- No creo, lo más probable es que nos den más formación - exclamó M.
Ilusos. Jóvenes imberbes recién salidos al mundo laboral...

Al momento entró V. seguido de su jefe el señor F.
V. era el de H.R. (Aquí son demasiado pijos para llamar a alguien el de personal o de Recursos humanos) y el señor F. no tenía claro su función pero me habían confirmado que se encontraba en la cúpula del organigrama.

V. empezó a hablar mirando al suelo: - Bueno lamento deciros que a los que no os hemos llamado es porque habéis fallado, no cumplís con las expectativas  y vamos a rescindir la relación contractual con vosotros - V. seguía hablando con voz temblorosa mientras miraba al suelo, . Obviamente no estaba acostumbrado a despedir a tanta gente de golpe con su jefe detrás.
- Tenéis alguna pregunta - Exclamó cuando por fin levanto la cabeza.

Un segundo de silencio bastó para darme la entrada.
- Tengo la impresión de que aquí el único que ha fallado has sido tú.- Dije mientras observaba la expresión de asombro de su jefe. - Si hubieras hecho bien tu trabajo y hubieses hecho un proceso de selección en condiciones no nos habrías contratado y por ende no tendrías que despedirnos ahora. - Respondí acalorado. En aquél momento estaba on fire y no me podía callar.

- ¿Tocas algún instrumento? - pregunté al sietemesino de V. 
- Si. La guitarra - Respondió un poco intimidado. 
- Pues bien, imagina que yo te contrato porque sabes tocar la guitarra, pero te pongo a tocar el piano. Y además pretendo que en quince días seas capaz de tocar sonatas de Beethoven. Eso es lo que has hecho con nosotros. -

No había palabras para rebatirme. Sabían que tenía razón y yo sabía que aquello no me llevaría a ninguna parte, pero al menos ahí quedaba la puesta en evidencia ante su jefe de un incompetente más.

Eutanasia

Por las rendijas de la puerta se ve luz en el pasillo. Ruidos de puertas que se cierran y carros arriba y abajo irrumpen en el silencio de la noche hospitalaria. Parece que sólo yo estoy despierto en la habitación. Por los ronquidos parece que estoy en la guarida de unos osos polares. En la cama de al lado duerme el Sr. N. Un venerable y diabético anciano que no sé que le pasa, tampoco me importa. Es discreto y educado.

En la cama del fondo yace Julián. Ha ingresado esta mañana y ya lo conoce toda la planta del hospital, por lo menos de oídas. Por lo visto ha resbalado en el bar de su pueblo, Romanos, y se ha roto la cadera. Unas pesas y un juego de poleas sobre una estructura acoplada a su cama le mantienen todo en su sitio. iban a operarlo de urgencia cuando ha llegado pero su gusto por el morapio mañanero lo ha impedido. Parece un poco botijas. Se ha pasado toda la mañana gritando y quejándose. Al final le han dado una pastillica "para el dolor" y se ha quedado frito. Toda la tarde durmiendo. Ahora son la 1 de la mañana y todavía no ha despertado.

Justo enfrente sentada en una silla, con la cabeza descolgada, duerme su señora esposa. Cándida. Ya me he aprendido su nombre. Imposible de olvidar, Julián se ha encargado de grabármelo a fuego en mis oídos. La mujer es sorda y le huelen los pies de una forma nauseabunda. Es un olor ácido y penetrante mezclado con un toque de bayeta húmeda. También ronca. Se ha pasado el día allí sentada. Sin hacer nada. Una hora tras otra contemplando al carnuz de su marido.

Algo perturba mi sueño. Deben ser las tres de la mañana. "¡Cándida, que me meo!"- Son los gritos de Julián. Por fin ha despertado de su analgésico letargo. En la penumbra de la habitación contemplo como intenta incorporase. El juego de poleas y pesas atadas a sus piernas se lo impide. - "¡Cándida!" - Insiste Julián. Como una marmota la sorda de su señora ni se inmuta. -"Cándida... ¡Que me meo!"  - Grita sin éxito ajeno al descanso de los demás. 

El Sr. N se da la vuelta en la cama se echa la almohada por encima y  refunfuña - ¡Ya se callará! - Ni una bomba atómica iba a despertar a la señora. Decido pulsar el botón y llamar a la enfermera. 

Como un elefante en una cacharrería entra una enfermera en la habitación.

- ¿Qué pasa pues? - Exclama hacía mi, mientras enciende todas las luces. 
- ¡Qué me meo! - Insiste Julian. 
- Eso es lo que pasa! - Digo resignado.

Doña cándida seguía roncando. 

- Julián si llevas pañal... Para esto no hace falta que llames a nadie. 
- ¿Qué llevó que....? - Dice Julián mientras intenta quitárselo sin éxito. Su mentalidad cartesiana le impedía llevar pañal y mucho menos mearse encima.

Al final no sé como ha acabado la contienda me he debido quedar dormido por agotamiento. El pasillo es un continuo trajín. Ruidos arriba y abajo aquí no hay quien duerma del tirón. 

4:25 de la madrugada. Aun no me ha dado tiempo a darme la vuelta en la cama cuando sin previo aviso vuelve el espectáculo. 
- ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay, ay! ¡Qué me pasa dios mio que me duele mucho! - Otra vez Julian. 

No lo tenía por un hombre religioso. Seguramente temeroso y asustado de su situación esté invocando a los dioses y santos que otrora se acordaba de ellos con otras intenciones. No espero a la segunda vuelta y le doy al botón para que venga la enfermera. 

- ¿Otra vez tú?, nos vas a dejar dormir... - Le increpa la enfermera....
- ¡Ay, ay, ay! ¡La eutanasia que me la pago yo! - Grita Julián.
- Yo me ofrezco para hacérsela gratis - Replico desde mi cama. 


Ataque al sistema

Por primera vez en 50 años de dictadura íbamos a desafiar al sistema, íbamos a saltarnos el guión. No queríamos ser más su perro faldero. Algo distinto, de nuestro gusto y sobre todo sin avisar. Por sorpresa. 

Mi energía descontrolada por la situación era reconducida por un susurro que decía: "Dulce". ¿Cómo algo así podía intimidarme? El momento inesperado había llegado y como habíamos ensayado caí 4 peldaños por encima. El rubor que me inundaba se desvaneció gracias a su savoir-faire. 

Una sensación de orgullo nos invadía según todo fluía. Nos gustaba esa sensación.  Una salva de aplausos irrumpía en la sala. Teníamos ganas de repetir, de volverlo a hacer.  Sabíamos que el sistema no lo podría criticar. No lo hizo. Tampoco lo alabó. Simplemente fuimos sometidos con el látigo de su indiferencia. 


La partida

Eran más de las 3 de la tarde y Ramón no había comido todavía. La faena se había alargado como era costumbre. Estaba lejos de casa en terreno desconocido. Había atravesado fronteras. Tendría que explorar nuevos sitios donde yantar. 


Encontrar una buena posada en la comer era una lotería. Las tradiciones orales no siempre se cumplían. Los restaurantes donde hay muchos camiones aparcados simplemente están al lado de la carretera y tienen un amplio aparcamiento. Que la comida esté buena es otro cantar.

Mirindas
Había llegado a un pueblo. 40 grados y la hora de la siesta, era lógico que las calles estuvieran desiertas. Al final de una calle vi una señal. Era inconfundible. Un letrero luminoso de otra época en el que ponía: "Mirinda".

Entré sin pensármelo dos veces, de repente me había transportado a otra época. Una densa nube de humo de faria envolvía el bar. Sin duda estaban por encima de las leyes antitabaco. El suelo ajedrezado estaba mal nivelado y tenía abombamientos y hundimientos. El hambre, el humo y el suelo tuvieron un efecto mareante. 

Una señora con un delantal aparece tras la barra y me pregunta: 
- Que quieres hijo mio -  
- Comer.. si puede ser - Respondo un poco aturdido por el mareo instantáneo.
- Solo tengo ensalada ilustrada y entrecot - 

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Una mesa de melamina desconchada por las esquinas, sin mantel y como no podía ser de otra forma cojea. La señora me recoge los platos con una sonrisa y me trae un café. 

Llevaba un rato observándolos cuando de repente se me acerco uno de ellos. 
- Zagal, ¿Sabes jugar al dominó? - Me increpa.
- Justo me viene para poner las fichas -
- ¡Suficiente! Fran ya somos cuatro. - Grita a sus compinches.

Sin tiempo a reaccionar se sientan en la mesa cuatro paisanos con sus farias y sus copas de cogñac. La sobremesa prometía.

Parecía que los hados estaban conmigo. Y aunque no todas ganaba muchas partidas. Me empezaban a tomar en serio.  

- Pero no decías que solo sabías poner las fichas. ¡Si las está contando! - Decía el Benancio que tenía sentado a mi derecha, mientras ocultaba con recelo sus fichas. 

Frases que no terminaba de entender resonaban en todo el bar: "Burro que piensa bota la carga". Decía el de enfrente. Yo no entendía nada. Me limitaba a poner las fichas. 

- Señores ha sido un placer, pero tengo marchar. Mañana la revancha - Expuse tras unas cuantas partidas y varios carajillos.  

Jamás volví a pasar por aquel pueblo.


- Dos jarras de cerveza y un plato olivas - Ordenó Ramón al camarero. Habían entrado en calor y ahora necesitaban alegría en el cuerpo. 

- ¡Recristo! esto parece la fiesta de la cerveza - dijo Arístides al ver el tamaño de la jarra.

Por lo visto no era lo único grande. De repente viene el camarero con un plato sopero de duralex lleno de olivas verdes, con carambullo. Ramón es un fanático de las olivas. Henchido de felicidad parece que se le saltan las lágrimas. - ¡Esto es un plato olivas! Por fin alguien que me entiende - suspiraba Ramón mientras se lleva a la boca la primera oliva. Un explosión de sabor anchoado le eriza los pelos. Sin duda era el mejor momento del día y todavía tenía lo que parecían medio kilo de olivas para su disfrute y el de su colega Arístides.

El segundo tiempo del partido ya había comenzado hacía un rato. 
- Joder Bonifacio... ¿otra vez aquí...? ¿No has tenido bastante con lo de antes...? - Espetó el camarero. Con una venda que le cubría media cabeza y paso torpe entraba por la puerta del bar nuestro amigo "meLaVasAChupar"
- Copón. Tendré que ver como acaba el partido - Replico el viejo a disgusto.
- Muy bien. Pero ahora tranquilico y te sientas aquí en la barra conmigo - Le dijo el camarero mientras le abría un botellín de cerveza. 

El partido había terminado y ya no quedaban olivas. Era tarde y al día siguiente había que levantarse temprano. Decidimos volver a las tiendas. Había parado de llover, el cielo estaba despejado  pero el frío húmedo nos iba entumeciendo según salíamos del pueblo.

El frío había congelado la humedad sobre la cremallera de la tienda de campaña. Ramón no fuma, pero por fortuna llevaba un mechero para encender el campingas. Los congelados dedos no atinan a encender el mechero. Cuando al fin lo consigue, una débil llama empieza a fundir el hielo y la cremallera empieza a deslizar torpemente. - Espero no pegarle fuego a la tienda - piensa Ramón.

Aun no había terminado esta tarea cuando, a lo lejos, ve los faros de un coche que se acerca. De un BMW tipo chuloputas y con la radio a todo volumen se bajan el camarero gordo y el señor Bonifacio. - Que no pare la fiesta - grita el camarero sacando del maletero del coche una caja de botellines de cerveza. 

- Me cagüen Buda - Resopla Arístides mientras busca su martillo de geólogo por si la cosa se pone fea. 
- Hemos venido a tomar la penúltima con vosotros - Dice el señor Bonifacio algo ebrio.
La situación es incomoda. Aquellos botijas no tenían intención de marcharse por las buenas. Ramón intercedio.
- Es tarde, estamos congelados y mañana tenemos faena. Nos tomamos la penúltima con vosotros si os tomáis primero una gaseosa del tigre con nosotros. No vale vomitar, ni escupir. Si no nos vamos a dormir. -

Hubo que explicarles varias veces el reto pero al final accedieron. Ramón desayunaba con su refresco instantáneo así que no suponía ningún desafío y Arístides había practicado algo durante el campamento. 

- Una... dos... y tres.- Grita Ramón mientras se mete los dos sobres a la boca y se echa un trago de agua. El resto le imita. Ramón sabe como controlar el gas e ir tragando conforme la reacción acaece en su boca. De repente a Bonifacio  se le empiezan a hinchar los carrillos y le empieza a salir espuma por la boca. Seguido de una risa nerviosa empieza a atragantarse y toser con fuerza. Una mezcla de vinazo, vómito, babas y espuma blanca salen por su boca. Parace un aspersor.  Mientras tanto el camarero nos maldecía y escupía aquel brebaje apoyado en un árbol.

Ramón y Arístides no podían contener la risa. Sabían que al día siguiente no podrían ir al bar a comer platos de olivas, pero ya era el último día de campamento. 

-A dormir corazones- Les dijo Ramón mientras se metía en un su tienda de campaña.

Había dejado de nevar y quedaban pocas horas de luz. Ramón emprendió el camino hacia la tienda de campaña. Cubierto por la nieve no era fácil seguir el camino. Tropezar con piedras grandes era habitual. Ramón tenía su brújula de geólogo pero no la necesitaba. Solo tenía que caminar hacia el ocaso.


Según se acercaba al campamento la estampa era desoladora. El ayuntamiento nos había dejado acampar en una pradera/merendero situado en la parte más baja de una vaguada. El agua y la nieve caídos a lo largo del día y la noche anterior se habían acumulado precisamente ahí. Un inmenso charco ocupaba la zona de acampada y flotando en él cuatro o cinco tiendas de campaña.

Ramón, por azares de su sino (o porque había llegado el último), había tenido que poner la tienda en la zona más alta y pedregosa del merendero. Al menos la suya estaba a salvo. Un palmo de nieve de cubría la tienda de campaña. Ahora si que se tiene sentido llamarla iglú. Al llegar al campamento observó como unos cuantos compañeros estaban recogiendo las tiendas y mochilas. 

- ¿Que hacéis han suspendido el campamento? - preguntó Ramón esperanzado de volver a casa esa misma tarde. 

- Ojala! Nos hemos encontrado la tienda flotando en ese charco y nos ha calado toda. Nos vamos al hostal del pueblo. 

Entre la ropa dispersa por toda la tienda Ramón cogió unos gayumbos que suponía limpios y la toalla y se fue a duchar. Salir de debajo de aquel chorro de agua caliente se había convertido en un desafío. Mejor me vuelvo a enjabonar. 

La hora de la cena era un sálvese quien pueda. Ramón tenía para cenar un trozo de longaniza y un sobre de sopa del chino. Con esto entraré en calor pensó. Las sopas del chino eran como Ramón llamaba a los sobres de pasta oriental deshidratada. En teoría el agua tenía que evaporar toda pero el frío y un campingas barato lo hacían tarea imposible. De ahí que las llamara "sopas del chino". 

Había dos cosas que nunca faltaban en su mochila: las citadas sopas y las gaseosas del tigre. Algún infame perillán había enseñado a Ramón que lo mejor de las gaseosas del tigre era echar los dos sobres de polvos directamente en la boca, para después echar un trago de agua. "Una constelación de sensaciones en tu boca" decía cada vez que engañaba a alguien para tomar el refresco instantáneo que él decía. Ciertamente era divertido ver como muchos empezaban a expulsar espuma blanca o por la nariz o directamente escupían sin pudor aquella mezcla de bicarbonato y sidral. Luego estaban los efectos secundarios. Los estentóreos eruptos. Aquello parecían terremotos.

El frío era insufrible y la hora de dormir todavía estaba lejos. - ¡Vámonos al bar que juega la selección! - Interrumpió Arístides. La idea no era descabellada, al menos allí estaríamos calientes, el fútbol era lo de menos.

Una nube de humo, y no sólo de tabaco, inundaba el local. El bar era grande, al fondo una televisión gigante era el centro de las miradas. Como si de un escenario se tratara las mesas y sillas se disponían en semicírculo alrededor de aquél dios llamado fútbol. 

El camarero era un tipo gordo. Muy gordo. La barriga le colgaba por encima de un de viejo y raído pantalón vaquero. A través de su camisa se apreciaba con claridad que el ombligo se le había dado la vuelta. Un alien que asomaba entre los botones. 

-¡Tengo un caldo de cocido que levanta a los muertos! - exclamo el camarero. Como si de una epifanía se tratará Ramón asintió con la cabeza y dijo: 
- Fiat mihi secundum verbum tuum - ¿Por qué coño se había callado todo el mundo en ese momento? pensó Ramón. Caras de ¿Qué carajo habrá escupido el seminarista éste de los cojones?  lo miraban acusadoramente. 

- Hágase en mi según tu palabra, Lucas 1,38 - Explicó Ramón sin éxito. Aquellos autóctonos no entendían el humor episcopal.

-Que le pongas un tazón bien caliente ¡Joder! - Replicó Arístides salvando a Ramón de un linchamiento instantáneo. 

El caldo no era gran cosa. En realidad era bastante malo, aquello no era de cocido. La pastilla de avecren no se había disuelto del todo, pero al menos estaba caliente. 

- ¡Tú me la vas a chupar! - Resonó la frase en los oídos de todos. Al volver la mirada Ramón contemplo una de las escenas más grotescas que jamas hubiera presenciado. Un anciano autoctono, al parecer notablemente ebrio, estaba subido a una silla con su flácida virilidad fuera de la bragueta mientras que gritaba a uno de sus compadres que se la chupara. Al parecer las diferencias en los pareceres futbolísticos conducían a este tipo de conductas a los habitantes del lugar. Risas, gritos e insultos iban creciendo en aquel ambiente decadente. Ramón estaba atento. 

De repente hábil como un gamo apareció el camarero con una botella de sifón en sus manos. - Métela o disparo - Clamó aquel ninja de doscientos kilos. El viejo, desnortado por su embriaguez, le dijo: - Tú también me la vas a chupar. ¡Me la vais a chupar todos! - Grito. 

Sin dudar el camarero-ninja disparo el sifón directo a la bragueta del viejo. No sé si por la presión del chorro o por la inesperada sensación de frío en sus partes pudendas el viejo se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó de punta cabeza sobre el suelo. 

Se hizo el silencio. Lo que empezó como un hilo de sangre terminó siendo un charco de sangre sobre el suelo del bar. La primera parte del partido había acabado.

Una fuerte nevada ha sorprendido a Ramón en mitad de un afloramiento cretácico. Casi sin aliento Ramón consigue llegar a una paridera. Si al menos hubiera algún ternasco podría haber almorzado, piensa en voz alta. Sin duda los pensamientos psicóticos eran producto de una semana de campamento en mitad del maestrazgo turolense en pleno mes de enero. 


Al menos la paridera tiene techo y no tiene goteras. Las opciones son escasas. O bien terminar los croquis y completar de memoria los apuntes o almorzar. No hay discusión. De la mochila saca un campingas, una fiambrera y una lata de fabada. 

El frío polar ralentiza la tarea de calentar la fabada. El campingas está agonizando. Los anhelados efluvios a chorizo y morcilla se hacían de rogar. Ramón metía la cabeza en la fiambrera usada a modo de perola intentando hacer vahos de fabada. Quizás así se me descongele la punta de la nariz, pensaba. 

El infiernillo sigue encendido pero Ramón ya ha metido la cuchara. De nuevo la sangre volvía a fluir. 

Acurrucado en una esquina Ramón entra en estado alfa. Seguramente producto de la digestión pesada generada por la morcilla extremeña de la lata de fabada de oferta. Pero su paz interior dura poco. Los síntomas son claros. Tenía que hacer aquello que otro no pudiera hacer por él. 

Quizá este no sea el mejor momento para llevar tirantes, pensó mientras soltaba las pinzas que los sujetaban a los pantalones. Rodeando la paridera encontró un murete que haciendo esquina lo hacía idóneo para el menester que le acaecía. Desabrochó el botón de su pantalón y éste se deslizó hasta sus tobillos. De tal modo que sentándose en el murete con medio culo fuera se dispuso a crear. 

Si no fuera por el frío tan poco se estaba tan mal. De repente y en mitad de su obra Ramón se siente observado. Allí estaba frente a él. A escasos tres metros de distancia. Supongo que atraído por el olor de la fabada o de la post-fabada, no sé cual de los dos le habrá gustado más. Un cabrón con unos cuernos enroscados de más de dos varas de longitud. Con la cabeza torcida le miraba fijamente. Inmóvil, Ramón ya no siente el frío. Ahora sólo piensa en como distraer a ese enviado del diablo para poderse limpiar el culo con cierta seguridad. Benditos cacahuetes. Parece que le gustan. Ramón le lanza un puñado de cacahuetes que llevaba en los bolsillos del abrigo y parece que el animal va tras ellos. Éxito. 

Ahora Ramón tiene otro problema. Sólo le queda un pañuelo de papel a medio usar y la nieve ha cubierto cualquier otro útil para el proyecto que ahora afrontaba. Hoy tocaría ducharse.

Por fin se sube los pantalones y vuelve a la paridera. Allí estaba. Con la cuerda colgando del labio inferior, el buco se había comido un fuet que Ramón había dejado sobre su mochila. ¡Será cabrón! 


Desvaríos

Esto no se lo había contado a nadie, me dijo. Estas palabras hacían a Ramón sentirse importante, especial. Confidencias sorprendentes que rozaban el desconcierto y alimentaban el rechazo a quien en aquel momento era nuestro enemigo común. Las piezas de un puzzle que ya duraba 20 años parecían encajar. Todo empezaba a tener un sentido. A veces intuido, a veces insospechado. Nada era lo que parecía.

La luna llena iluminaba el camino. Sin duda nos estábamos licantropizando. Juntos analizamos los métodos y estrategias del enemigo. Más sabía el diablo por viejo. 

El líder de la secta nunca nos dejó marchar y evitó por todos los medios que tomáramos otro camino. 

Habíamos tenido que empezar a  peinar canas para poner un pie (solo uno) fuera de la secta para poder verlo con perspectiva. 

La historia se repite. Los mustélidos han reaparecido en mi ecosistema. Pensé que estaban extintos. Me equivoqué. 

Los puentes intercontinentales facilitan el paso de especies y subespecies alóctonas que perturban la paz de mi nicho ecológico. Moscas cojoneras.