Una mujer con sombrero (ii)

- ¡Van a llegar tarde...  cómo las grandes divas! -  Dijo la mujer del sombrero en un intento vano por relajar el ambiente.
- A mi una vez me lo hizo Shakira, llegó 40 minutos tarde. Desde entonces le puse una cruz - Siguió diciendo.

Ramón podía notar como la vena del cuello de una de las "divas" se iba hinchando. Ella no había abierto la boca pero Ramón sabía que si lo hacía no sería para decir nada bueno. Ramón necesitaba abstraerse de aquella incomoda situación. Subió la radio y pisó el acelerador.

Ni así consiguió hacerla callar. Esta vez el pretexto era la bacheada carretera combinada con la velocidad.
- Esto parece la montaña rusa. -
Nadie le hizo caso, la música estaba lo suficientemente alta para que pareciera que no la habíamos oído.  Le habíamos hecho el vacío.

Ramón había cumplido su objetivo. Habían llegado a tiempo a pesar de la compañera de viaje. ¡Cómo podía ser que ayer hubiera venido aquí y no recordara el nombre del pueblo! Otra vez la incompetencia había rodeado a Ramón. Parecía tener un imán para ese tipo de personas. Por experiencia sabía que era inútil razonar con ellas. 


-Dónde coño se habrá metido esta tía, se podría haber quedado a ayudar-  pensó Ramón.
-Quizá así me evito tener que aguantarla - Se respondía a si mismo. 


Prácticamente no la volvió a ver hasta la hora de volver. Su petulancia seguía intacta. Llevaba un vaso semitransparente de plástico y con una tapa de la que salía una pajilla para sorber. En un interior se adivinaba lo que podía ser un café con leche. A Ramón le parecía un poco asqueroso, estaba convencido que aquella semitransparencia era debida al uso repetido del mismo sin un lavado intermedio. 


- Ya le podría haber dado un agüica la marrana ésta. - Los pensamientos de Ramón se veían interrumpidos por su estridente voz.
- Mi trabajo aquí ha sido un éxito. He ido puerta por puerta sacando a la gente de su casa para que viniera al concierto. - Afirmaba presumida.

Ciertamente había gente, pero Ramón dudaba de aquellas palabras. El camino de vuelta fue directo. Sin rodeos. Ya sólo faltaba una cosa. La única razón por la que no habíamos abandonado en la cuneta a la mujer del sombrero. Nos tenía que pagar...


- Ya disculparán pero no les puedo pagar porque no he traído la tarjeta. Si no les importa podemos quedar mañana y les abono sus honorarios, lo único que traje es el cheque del chofer...

Ramón volvía a sentir el palpitar de las arterias carótidas de las "divas" que educadamente quedaron con ella para el día siguiente. Al menos él había cobrado.  


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