Había ganado la batalla contra si mismo. Amaba al Gran Hermano. Amaba el partido. Amaba el poder. Se había dado cuenta que amaba el absurdo, lo nimio, el sin sentido. Si crees en el partido no eres inmortal, como le había dicho O'Brien. Simplemente estás muerto.
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El olor metálico de la sangre flotaba en el aire. La débil luz del sol que desaparecía en el horizonte acariciaba el inánime cuerpo de Winston. Su mano todavía sostenía una navaja de afeitar.