Dios omnipotente, creador y conservador de todas las cosas.
Tú, que eres llamado fuente de la luz y de la sabiduría, dígnate
infundir en las tinieblas de nuestro entendimiento un rayo penetrante
de tu claridad, que nos encienda en amor tuyo y de la verdadera
sabiduría, apartando de nosotros la ignorancia y el pecado.
Tú, que haces elocuentes las lenguas de los pequeñuelos,
llena de celestial erudición las nuestras y derrama en nuestros
labios la gracia de tu bendición.
Concédenos PERSPICACIA para entender, DOCILIDAD para aprender,CAPACIDAD para retener, SUTILEZA para interpretar y GRACIA para hablar.
INSTRUYENOS en el principio de nuestro estudio, DIRIGENOS enel medio y LLENANOS de sabiduría en el fin. Tú que eres verdaderoDios y verdadero Hombre y vives y reinas por los siglos de lossiglos. AMEN.

En un ambiente rebosante de hormonas adolescentes rezábamos esta "ORACIÓN PARA EL PRINCIPIO DE LA CLASE". Daba igual que fuera primera hora de la mañana o última de la tarde. Cuando el padre Victorino llegaba todos nos poníamos en pie y rezábamos a coro esta oración. 

Sus clases de matemáticas eran un universo alternativo. Su didáctica de la vieja escuela nos llevaba a la repetición exhaustiva de frases que en aquel momento (y probablemente hoy también) carecían de sentido: "La derivada de una función en un punto es precisamente el coeficiente angular de la tangente a la función en dicho punto". 
Para recordar unos cuantos decimales del número pi tenía una regla nemotécnica que decía:
"Soy y seré a todos definible,
mi nombre tengo que daros,
cociente diametral siempre inmedible,
soy de los redondos aros."
Después tan solo había que sustituir las palabras por su número de letras y nos queda un número pi con 19 decimales.

Sus castillos de fracciones eran tamaño pizarra y su resultado siempre terminaba siendo 2. "-Simplifique-" Nos gritaba cuando dejábamos algo simplificable escrito en la pizarra. 

A veces recurría a números circenses para explicar conceptos físicos. Nadie pensaba que aquel venerable anciano fuera capaz de sujetar con una mano una rueda de bicicleta, pero todo era posible gracias al "radio vector".

"Lo que han estudiado ustedes me lo como con pólvora y no me muero" Repetía cada vez que nos entregaba un examen corregido. Posiblemente sus insultos ahora le habrían llevado a la cárcel por racista. Sus preferidos eran "Besugo Moro" y por oposición "Merluzo Marroquí". Aunque "Atontao que no entiende nada" o "despotenciao" también resonaban en nuestro pueriles oídos. 

Pero lo mejor de todo llegaba cuando nos hacía recoger todo y poner las manos encima de la mesa. "-No manipulen-" nos decía. Había llegado el momento de la historia del día. Sin duda su mayor éxito era la historia de la negra que había conocido en una estación de tren y que hablaba cinco idiomas. Dios mío cómo podía ser aquello se preguntaba. Gracias al él aprendimos que el camión de la lejía conejo tenía la matrícula número 103 y en el interior del 0 estaba el agujero para meter la manivela y arrancar el motor. También nos contaba sus secretos de confesión. "Padre vivo con un hombre que no es mi marido, pero dormimos en camas separadas. ¿Es pecado?". 

Sus lecciones de moral a veces rozaban el surrealismo. El hombre no comprendía esa obsesión por la juventud por el desnudo y nos decía. "Porque yo he visto muchas mujeres desnudas... en una mesa de mármol... y no les he hecho nada." Solo hubiera faltado eso pensamos todos. 

Un día llegó a clase con una noticia del periódico que decía que un tren había atropellado a dos adolescentes cogidas de la mano. Sus conclusiones fueron las siguientes. "Las dos chicas estaban enamoradas una de la otra y para sellar su amor prohibido e incomprendido por la sociedad habían decidido suicidarse juntas." 

Su faceta cómica la solía explotar contando los chistes en primera persona como si los hubiera vivido:

Un día iba en el tren, en un departamento de esos hay cuatro asientos frente a otros cuatro, y estábamos tres, dos hombres más y yo.
Cogí la conversación empezada y uno le decía al otro:
-Así que usted es ruso...- Y el hombre apurado porque no debía saber nada de Rusia empieza.
-Muchos rusos en Rusia. - Tras un silencio valorativo añade
-Muy buena la ensaladilla rusa- y a los pocos segundos replica.
-Muy emocionante la montaña rusa, y de que parte de Rusia me ha dicho que era- Insiste.
-Yo ser de la Estepa- Contesta el Ruso con su tosco acento.
-Buenísimos los polvorones de la Estepa-