Sin rencor

Ser el hermano pequeño tiene sus ventajas. Pero también tiene sus desventajas. Cuando tus hermanos mayores hacía alguna trastada era fácil echarle la culpa al hermano pequeño, osea yo. Pero al contrario no era tan sencillo. Mi credibilidad siempre quedaba en entredicho.

Durante mucho tiempo mi hermana se dedicó a pegar en la parte inferior de la mesa de comer las pegatinas que venía puestas en las naranjas. Si mirabas por debajo la mesa veías como "pillín" se amontonaban encima de las "pimpolla" y otras muchas de las que no recuerdo su nombre.

Tal afición era más propia de un crío de 10 que de una adolescente de 15. Por lo cual cuando mi padre se percato de la decadente situación del tablón de haya, al pequeño buda le cayó un sermón después eso sí de haber recibido la comunión u hostia. Recuerdo la cara de satisfacción de mi hermana mientras yo recibía aquel sacramento. Se lo habían tragado, lo había conseguido, había conseguido que su queridísimo hermano pequeño se comiera una bronca que debía haberle caído a ella. El pequeño hijo mimado que siempre recibía todas las atenciones, todos caprichos estaba siendo castigado por un crimen que ella había cometido. Un crimen que debió empezar como un juego o una inocente diversión. Un crimen del que salió impune con solo decir: "Ha sido el enano"