Estiaje Mental

Allí estaba delante de todos. Nadie podía verlo. Sólo yo. Nadie más comprendía mi estado. Lo esencial era invisible para sus ojos. El fluir de mi sangre crepitaba en mi cabeza. Yo era consciente de la situación. Aparentemente yo era el culpable. Todas las sospechas apuntaban hacia mi. En otro momento me hubiera afectado, pero ahora estaba seguro de mi inocencia. Había desarrollado una circunspección ante estas situaciones que hacía empezar a dudar a quién me acusaba. Deberíais empezar a miraros el ombligo. Igual así vislumbrais el principio de vuestra ignorancia.

Hablaba quedamente y seguro de mi. Nadie se daba por aludido. Analicé las escapatorias. No eran muchas. Sólo encontraba dos: Acusar al más débil o bajarme los pantalones y admitir mi culpa. Ninguna me convencía. Me estaban juzgando sin abogado. Sobre mi caería la pena máxima.

Al menos aquella noche dormí del tirón.


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