Libre

El horizonte de la llanura todavía dibujaba la silueta del enemigo. A pesar de la lejanía todavía se dejaban oír gruñidos propios de facóqueros que irrumpían derrepente en mi nuevo estado de tranquilidad. Atrás los ha dejado todo. Ha marchado ligero. Tan sólo se ha llevado su taladrante transistor. Una hora oyendo dicho aparato era suficiente para irritar a cualquiera.

Todavía no me hago a la idea. Mañana iré y no estará. No oiré sus politonales silbidos. Ni sus sordos murmullos que tanto me exasperaban. Será fácil acostumbrarse.

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