Eutanasia

Por las rendijas de la puerta se ve luz en el pasillo. Ruidos de puertas que se cierran y carros arriba y abajo irrumpen en el silencio de la noche hospitalaria. Parece que sólo yo estoy despierto en la habitación. Por los ronquidos parece que estoy en la guarida de unos osos polares. En la cama de al lado duerme el Sr. N. Un venerable y diabético anciano que no sé que le pasa, tampoco me importa. Es discreto y educado.

En la cama del fondo yace Julián. Ha ingresado esta mañana y ya lo conoce toda la planta del hospital, por lo menos de oídas. Por lo visto ha resbalado en el bar de su pueblo, Romanos, y se ha roto la cadera. Unas pesas y un juego de poleas sobre una estructura acoplada a su cama le mantienen todo en su sitio. iban a operarlo de urgencia cuando ha llegado pero su gusto por el morapio mañanero lo ha impedido. Parece un poco botijas. Se ha pasado toda la mañana gritando y quejándose. Al final le han dado una pastillica "para el dolor" y se ha quedado frito. Toda la tarde durmiendo. Ahora son la 1 de la mañana y todavía no ha despertado.

Justo enfrente sentada en una silla, con la cabeza descolgada, duerme su señora esposa. Cándida. Ya me he aprendido su nombre. Imposible de olvidar, Julián se ha encargado de grabármelo a fuego en mis oídos. La mujer es sorda y le huelen los pies de una forma nauseabunda. Es un olor ácido y penetrante mezclado con un toque de bayeta húmeda. También ronca. Se ha pasado el día allí sentada. Sin hacer nada. Una hora tras otra contemplando al carnuz de su marido.

Algo perturba mi sueño. Deben ser las tres de la mañana. "¡Cándida, que me meo!"- Son los gritos de Julián. Por fin ha despertado de su analgésico letargo. En la penumbra de la habitación contemplo como intenta incorporase. El juego de poleas y pesas atadas a sus piernas se lo impide. - "¡Cándida!" - Insiste Julián. Como una marmota la sorda de su señora ni se inmuta. -"Cándida... ¡Que me meo!"  - Grita sin éxito ajeno al descanso de los demás. 

El Sr. N se da la vuelta en la cama se echa la almohada por encima y  refunfuña - ¡Ya se callará! - Ni una bomba atómica iba a despertar a la señora. Decido pulsar el botón y llamar a la enfermera. 

Como un elefante en una cacharrería entra una enfermera en la habitación.

- ¿Qué pasa pues? - Exclama hacía mi, mientras enciende todas las luces. 
- ¡Qué me meo! - Insiste Julian. 
- Eso es lo que pasa! - Digo resignado.

Doña cándida seguía roncando. 

- Julián si llevas pañal... Para esto no hace falta que llames a nadie. 
- ¿Qué llevó que....? - Dice Julián mientras intenta quitárselo sin éxito. Su mentalidad cartesiana le impedía llevar pañal y mucho menos mearse encima.

Al final no sé como ha acabado la contienda me he debido quedar dormido por agotamiento. El pasillo es un continuo trajín. Ruidos arriba y abajo aquí no hay quien duerma del tirón. 

4:25 de la madrugada. Aun no me ha dado tiempo a darme la vuelta en la cama cuando sin previo aviso vuelve el espectáculo. 
- ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay, ay! ¡Qué me pasa dios mio que me duele mucho! - Otra vez Julian. 

No lo tenía por un hombre religioso. Seguramente temeroso y asustado de su situación esté invocando a los dioses y santos que otrora se acordaba de ellos con otras intenciones. No espero a la segunda vuelta y le doy al botón para que venga la enfermera. 

- ¿Otra vez tú?, nos vas a dejar dormir... - Le increpa la enfermera....
- ¡Ay, ay, ay! ¡La eutanasia que me la pago yo! - Grita Julián.
- Yo me ofrezco para hacérsela gratis - Replico desde mi cama. 


Ataque al sistema

Por primera vez en 50 años de dictadura íbamos a desafiar al sistema, íbamos a saltarnos el guión. No queríamos ser más su perro faldero. Algo distinto, de nuestro gusto y sobre todo sin avisar. Por sorpresa. 

Mi energía descontrolada por la situación era reconducida por un susurro que decía: "Dulce". ¿Cómo algo así podía intimidarme? El momento inesperado había llegado y como habíamos ensayado caí 4 peldaños por encima. El rubor que me inundaba se desvaneció gracias a su savoir-faire. 

Una sensación de orgullo nos invadía según todo fluía. Nos gustaba esa sensación.  Una salva de aplausos irrumpía en la sala. Teníamos ganas de repetir, de volverlo a hacer.  Sabíamos que el sistema no lo podría criticar. No lo hizo. Tampoco lo alabó. Simplemente fuimos sometidos con el látigo de su indiferencia. 


La partida

Eran más de las 3 de la tarde y Ramón no había comido todavía. La faena se había alargado como era costumbre. Estaba lejos de casa en terreno desconocido. Había atravesado fronteras. Tendría que explorar nuevos sitios donde yantar. 


Encontrar una buena posada en la comer era una lotería. Las tradiciones orales no siempre se cumplían. Los restaurantes donde hay muchos camiones aparcados simplemente están al lado de la carretera y tienen un amplio aparcamiento. Que la comida esté buena es otro cantar.

Mirindas
Había llegado a un pueblo. 40 grados y la hora de la siesta, era lógico que las calles estuvieran desiertas. Al final de una calle vi una señal. Era inconfundible. Un letrero luminoso de otra época en el que ponía: "Mirinda".

Entré sin pensármelo dos veces, de repente me había transportado a otra época. Una densa nube de humo de faria envolvía el bar. Sin duda estaban por encima de las leyes antitabaco. El suelo ajedrezado estaba mal nivelado y tenía abombamientos y hundimientos. El hambre, el humo y el suelo tuvieron un efecto mareante. 

Una señora con un delantal aparece tras la barra y me pregunta: 
- Que quieres hijo mio -  
- Comer.. si puede ser - Respondo un poco aturdido por el mareo instantáneo.
- Solo tengo ensalada ilustrada y entrecot - 

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Una mesa de melamina desconchada por las esquinas, sin mantel y como no podía ser de otra forma cojea. La señora me recoge los platos con una sonrisa y me trae un café. 

Llevaba un rato observándolos cuando de repente se me acerco uno de ellos. 
- Zagal, ¿Sabes jugar al dominó? - Me increpa.
- Justo me viene para poner las fichas -
- ¡Suficiente! Fran ya somos cuatro. - Grita a sus compinches.

Sin tiempo a reaccionar se sientan en la mesa cuatro paisanos con sus farias y sus copas de cogñac. La sobremesa prometía.

Parecía que los hados estaban conmigo. Y aunque no todas ganaba muchas partidas. Me empezaban a tomar en serio.  

- Pero no decías que solo sabías poner las fichas. ¡Si las está contando! - Decía el Benancio que tenía sentado a mi derecha, mientras ocultaba con recelo sus fichas. 

Frases que no terminaba de entender resonaban en todo el bar: "Burro que piensa bota la carga". Decía el de enfrente. Yo no entendía nada. Me limitaba a poner las fichas. 

- Señores ha sido un placer, pero tengo marchar. Mañana la revancha - Expuse tras unas cuantas partidas y varios carajillos.  

Jamás volví a pasar por aquel pueblo.


- Dos jarras de cerveza y un plato olivas - Ordenó Ramón al camarero. Habían entrado en calor y ahora necesitaban alegría en el cuerpo. 

- ¡Recristo! esto parece la fiesta de la cerveza - dijo Arístides al ver el tamaño de la jarra.

Por lo visto no era lo único grande. De repente viene el camarero con un plato sopero de duralex lleno de olivas verdes, con carambullo. Ramón es un fanático de las olivas. Henchido de felicidad parece que se le saltan las lágrimas. - ¡Esto es un plato olivas! Por fin alguien que me entiende - suspiraba Ramón mientras se lleva a la boca la primera oliva. Un explosión de sabor anchoado le eriza los pelos. Sin duda era el mejor momento del día y todavía tenía lo que parecían medio kilo de olivas para su disfrute y el de su colega Arístides.

El segundo tiempo del partido ya había comenzado hacía un rato. 
- Joder Bonifacio... ¿otra vez aquí...? ¿No has tenido bastante con lo de antes...? - Espetó el camarero. Con una venda que le cubría media cabeza y paso torpe entraba por la puerta del bar nuestro amigo "meLaVasAChupar"
- Copón. Tendré que ver como acaba el partido - Replico el viejo a disgusto.
- Muy bien. Pero ahora tranquilico y te sientas aquí en la barra conmigo - Le dijo el camarero mientras le abría un botellín de cerveza. 

El partido había terminado y ya no quedaban olivas. Era tarde y al día siguiente había que levantarse temprano. Decidimos volver a las tiendas. Había parado de llover, el cielo estaba despejado  pero el frío húmedo nos iba entumeciendo según salíamos del pueblo.

El frío había congelado la humedad sobre la cremallera de la tienda de campaña. Ramón no fuma, pero por fortuna llevaba un mechero para encender el campingas. Los congelados dedos no atinan a encender el mechero. Cuando al fin lo consigue, una débil llama empieza a fundir el hielo y la cremallera empieza a deslizar torpemente. - Espero no pegarle fuego a la tienda - piensa Ramón.

Aun no había terminado esta tarea cuando, a lo lejos, ve los faros de un coche que se acerca. De un BMW tipo chuloputas y con la radio a todo volumen se bajan el camarero gordo y el señor Bonifacio. - Que no pare la fiesta - grita el camarero sacando del maletero del coche una caja de botellines de cerveza. 

- Me cagüen Buda - Resopla Arístides mientras busca su martillo de geólogo por si la cosa se pone fea. 
- Hemos venido a tomar la penúltima con vosotros - Dice el señor Bonifacio algo ebrio.
La situación es incomoda. Aquellos botijas no tenían intención de marcharse por las buenas. Ramón intercedio.
- Es tarde, estamos congelados y mañana tenemos faena. Nos tomamos la penúltima con vosotros si os tomáis primero una gaseosa del tigre con nosotros. No vale vomitar, ni escupir. Si no nos vamos a dormir. -

Hubo que explicarles varias veces el reto pero al final accedieron. Ramón desayunaba con su refresco instantáneo así que no suponía ningún desafío y Arístides había practicado algo durante el campamento. 

- Una... dos... y tres.- Grita Ramón mientras se mete los dos sobres a la boca y se echa un trago de agua. El resto le imita. Ramón sabe como controlar el gas e ir tragando conforme la reacción acaece en su boca. De repente a Bonifacio  se le empiezan a hinchar los carrillos y le empieza a salir espuma por la boca. Seguido de una risa nerviosa empieza a atragantarse y toser con fuerza. Una mezcla de vinazo, vómito, babas y espuma blanca salen por su boca. Parace un aspersor.  Mientras tanto el camarero nos maldecía y escupía aquel brebaje apoyado en un árbol.

Ramón y Arístides no podían contener la risa. Sabían que al día siguiente no podrían ir al bar a comer platos de olivas, pero ya era el último día de campamento. 

-A dormir corazones- Les dijo Ramón mientras se metía en un su tienda de campaña.

Había dejado de nevar y quedaban pocas horas de luz. Ramón emprendió el camino hacia la tienda de campaña. Cubierto por la nieve no era fácil seguir el camino. Tropezar con piedras grandes era habitual. Ramón tenía su brújula de geólogo pero no la necesitaba. Solo tenía que caminar hacia el ocaso.


Según se acercaba al campamento la estampa era desoladora. El ayuntamiento nos había dejado acampar en una pradera/merendero situado en la parte más baja de una vaguada. El agua y la nieve caídos a lo largo del día y la noche anterior se habían acumulado precisamente ahí. Un inmenso charco ocupaba la zona de acampada y flotando en él cuatro o cinco tiendas de campaña.

Ramón, por azares de su sino (o porque había llegado el último), había tenido que poner la tienda en la zona más alta y pedregosa del merendero. Al menos la suya estaba a salvo. Un palmo de nieve de cubría la tienda de campaña. Ahora si que se tiene sentido llamarla iglú. Al llegar al campamento observó como unos cuantos compañeros estaban recogiendo las tiendas y mochilas. 

- ¿Que hacéis han suspendido el campamento? - preguntó Ramón esperanzado de volver a casa esa misma tarde. 

- Ojala! Nos hemos encontrado la tienda flotando en ese charco y nos ha calado toda. Nos vamos al hostal del pueblo. 

Entre la ropa dispersa por toda la tienda Ramón cogió unos gayumbos que suponía limpios y la toalla y se fue a duchar. Salir de debajo de aquel chorro de agua caliente se había convertido en un desafío. Mejor me vuelvo a enjabonar. 

La hora de la cena era un sálvese quien pueda. Ramón tenía para cenar un trozo de longaniza y un sobre de sopa del chino. Con esto entraré en calor pensó. Las sopas del chino eran como Ramón llamaba a los sobres de pasta oriental deshidratada. En teoría el agua tenía que evaporar toda pero el frío y un campingas barato lo hacían tarea imposible. De ahí que las llamara "sopas del chino". 

Había dos cosas que nunca faltaban en su mochila: las citadas sopas y las gaseosas del tigre. Algún infame perillán había enseñado a Ramón que lo mejor de las gaseosas del tigre era echar los dos sobres de polvos directamente en la boca, para después echar un trago de agua. "Una constelación de sensaciones en tu boca" decía cada vez que engañaba a alguien para tomar el refresco instantáneo que él decía. Ciertamente era divertido ver como muchos empezaban a expulsar espuma blanca o por la nariz o directamente escupían sin pudor aquella mezcla de bicarbonato y sidral. Luego estaban los efectos secundarios. Los estentóreos eruptos. Aquello parecían terremotos.

El frío era insufrible y la hora de dormir todavía estaba lejos. - ¡Vámonos al bar que juega la selección! - Interrumpió Arístides. La idea no era descabellada, al menos allí estaríamos calientes, el fútbol era lo de menos.

Una nube de humo, y no sólo de tabaco, inundaba el local. El bar era grande, al fondo una televisión gigante era el centro de las miradas. Como si de un escenario se tratara las mesas y sillas se disponían en semicírculo alrededor de aquél dios llamado fútbol. 

El camarero era un tipo gordo. Muy gordo. La barriga le colgaba por encima de un de viejo y raído pantalón vaquero. A través de su camisa se apreciaba con claridad que el ombligo se le había dado la vuelta. Un alien que asomaba entre los botones. 

-¡Tengo un caldo de cocido que levanta a los muertos! - exclamo el camarero. Como si de una epifanía se tratará Ramón asintió con la cabeza y dijo: 
- Fiat mihi secundum verbum tuum - ¿Por qué coño se había callado todo el mundo en ese momento? pensó Ramón. Caras de ¿Qué carajo habrá escupido el seminarista éste de los cojones?  lo miraban acusadoramente. 

- Hágase en mi según tu palabra, Lucas 1,38 - Explicó Ramón sin éxito. Aquellos autóctonos no entendían el humor episcopal.

-Que le pongas un tazón bien caliente ¡Joder! - Replicó Arístides salvando a Ramón de un linchamiento instantáneo. 

El caldo no era gran cosa. En realidad era bastante malo, aquello no era de cocido. La pastilla de avecren no se había disuelto del todo, pero al menos estaba caliente. 

- ¡Tú me la vas a chupar! - Resonó la frase en los oídos de todos. Al volver la mirada Ramón contemplo una de las escenas más grotescas que jamas hubiera presenciado. Un anciano autoctono, al parecer notablemente ebrio, estaba subido a una silla con su flácida virilidad fuera de la bragueta mientras que gritaba a uno de sus compadres que se la chupara. Al parecer las diferencias en los pareceres futbolísticos conducían a este tipo de conductas a los habitantes del lugar. Risas, gritos e insultos iban creciendo en aquel ambiente decadente. Ramón estaba atento. 

De repente hábil como un gamo apareció el camarero con una botella de sifón en sus manos. - Métela o disparo - Clamó aquel ninja de doscientos kilos. El viejo, desnortado por su embriaguez, le dijo: - Tú también me la vas a chupar. ¡Me la vais a chupar todos! - Grito. 

Sin dudar el camarero-ninja disparo el sifón directo a la bragueta del viejo. No sé si por la presión del chorro o por la inesperada sensación de frío en sus partes pudendas el viejo se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó de punta cabeza sobre el suelo. 

Se hizo el silencio. Lo que empezó como un hilo de sangre terminó siendo un charco de sangre sobre el suelo del bar. La primera parte del partido había acabado.

Una fuerte nevada ha sorprendido a Ramón en mitad de un afloramiento cretácico. Casi sin aliento Ramón consigue llegar a una paridera. Si al menos hubiera algún ternasco podría haber almorzado, piensa en voz alta. Sin duda los pensamientos psicóticos eran producto de una semana de campamento en mitad del maestrazgo turolense en pleno mes de enero. 


Al menos la paridera tiene techo y no tiene goteras. Las opciones son escasas. O bien terminar los croquis y completar de memoria los apuntes o almorzar. No hay discusión. De la mochila saca un campingas, una fiambrera y una lata de fabada. 

El frío polar ralentiza la tarea de calentar la fabada. El campingas está agonizando. Los anhelados efluvios a chorizo y morcilla se hacían de rogar. Ramón metía la cabeza en la fiambrera usada a modo de perola intentando hacer vahos de fabada. Quizás así se me descongele la punta de la nariz, pensaba. 

El infiernillo sigue encendido pero Ramón ya ha metido la cuchara. De nuevo la sangre volvía a fluir. 

Acurrucado en una esquina Ramón entra en estado alfa. Seguramente producto de la digestión pesada generada por la morcilla extremeña de la lata de fabada de oferta. Pero su paz interior dura poco. Los síntomas son claros. Tenía que hacer aquello que otro no pudiera hacer por él. 

Quizá este no sea el mejor momento para llevar tirantes, pensó mientras soltaba las pinzas que los sujetaban a los pantalones. Rodeando la paridera encontró un murete que haciendo esquina lo hacía idóneo para el menester que le acaecía. Desabrochó el botón de su pantalón y éste se deslizó hasta sus tobillos. De tal modo que sentándose en el murete con medio culo fuera se dispuso a crear. 

Si no fuera por el frío tan poco se estaba tan mal. De repente y en mitad de su obra Ramón se siente observado. Allí estaba frente a él. A escasos tres metros de distancia. Supongo que atraído por el olor de la fabada o de la post-fabada, no sé cual de los dos le habrá gustado más. Un cabrón con unos cuernos enroscados de más de dos varas de longitud. Con la cabeza torcida le miraba fijamente. Inmóvil, Ramón ya no siente el frío. Ahora sólo piensa en como distraer a ese enviado del diablo para poderse limpiar el culo con cierta seguridad. Benditos cacahuetes. Parece que le gustan. Ramón le lanza un puñado de cacahuetes que llevaba en los bolsillos del abrigo y parece que el animal va tras ellos. Éxito. 

Ahora Ramón tiene otro problema. Sólo le queda un pañuelo de papel a medio usar y la nieve ha cubierto cualquier otro útil para el proyecto que ahora afrontaba. Hoy tocaría ducharse.

Por fin se sube los pantalones y vuelve a la paridera. Allí estaba. Con la cuerda colgando del labio inferior, el buco se había comido un fuet que Ramón había dejado sobre su mochila. ¡Será cabrón! 


Desvaríos

Esto no se lo había contado a nadie, me dijo. Estas palabras hacían a Ramón sentirse importante, especial. Confidencias sorprendentes que rozaban el desconcierto y alimentaban el rechazo a quien en aquel momento era nuestro enemigo común. Las piezas de un puzzle que ya duraba 20 años parecían encajar. Todo empezaba a tener un sentido. A veces intuido, a veces insospechado. Nada era lo que parecía.

La luna llena iluminaba el camino. Sin duda nos estábamos licantropizando. Juntos analizamos los métodos y estrategias del enemigo. Más sabía el diablo por viejo. 

El líder de la secta nunca nos dejó marchar y evitó por todos los medios que tomáramos otro camino. 

Habíamos tenido que empezar a  peinar canas para poner un pie (solo uno) fuera de la secta para poder verlo con perspectiva. 

La historia se repite. Los mustélidos han reaparecido en mi ecosistema. Pensé que estaban extintos. Me equivoqué. 

Los puentes intercontinentales facilitan el paso de especies y subespecies alóctonas que perturban la paz de mi nicho ecológico. Moscas cojoneras. 


Tripalium

Ramón busca trabajo. Todos los días mira las ofertas. Siempre lo mismo. Nada para él. 

Ramón se indigna sobremanera. Todas las ofertas son para gente con alguna discapacidad. Es más fácil encontrar trabajo si eres incapaz que si eres capaz. La patronal sólo busca subvenciones. 

Ramón sabe algo sobre la teoría de la evolución y cree que la necesidad de hombres discapacitados va a llevar a la especie humana a convertirse en una especie discapacitada per se. 


Ramón es licenciado en piedras, toca el piano, sus sobrinos dicen que habla el lenguaje de Internet y además es cinturón negro. El sistema no funciona. Quizá algún galeno certifique su sindactilia como una discapacidad y así pueda encontrar un trabajo. 

Ramón no entiende porque busca trabajo. Memento mori. 

Ramón tiene cierta cultura y conoce la etimología de la palabra trabajo. Ramón contempla varias posibilidades. Anacoreta, empresario o perroflauta. No lo tiene claro. Probablemente empresario sea una salida pero le falta la idea que le resuelva la vida. El puticlub para perros parecía descabellado cuando un amigo lo proponía una década atrás. Ahora cobra algún sentido. 

Sísifo y la entropía

Las situaciones de mayor entropía son estadísticamente probables. Las cosas estadísticamente  probables tienden a ocurrir, sobre todo con el paso del tiempo. Una habitación desordenada tiene mayor entropía que una ordenada. Así, un cuarto organizado tenderá a ser desordenado con el tiempo. La única forma de evitar esto es gastando continuamente energía de un sistema externo. Es decir, hacer el esfuerzo de limpiar la habitación con regularidad. 

Sin embargo, en algún momento una habitación desordenada llegará a un máximo de entropía. En este punto, si no se sigue limpiando la habitación tampoco se llegará a un estado de mayor desorden. Por lo que no se necesita ninguna entrada adicional de energía para mantener el estado de la habitación. 

Por lo tanto, la limpieza de la habitación es inútil. Una tarea digna de un Sísifo moderno. Es energéticamente más eficiente permitir a la habitación permanecer en su estado natural de máxima entropía (hacia el que tenderá siempre) y gastar esa energía en cosas más interesantes.



Cirugía anal

Ramón tenía una obsesión insana por cenar fabada de lata. Esto le producía sueños tormentosos que muchas veces rozaban el surrealismo. La relación causa-efecto era clara. Su última reunión con Morfeo no había sido diferente. En ella, sin saber el porqué, aprendía un nuevo término: la cirugía anal. Ramón no paraba de darle vueltas. Había oído hablar del blanqueamiento anal o anal bleaching (lo cual le parecía una genialidad propia de descerebrados que pensaban con el culo). Pero la cirugía anal... 

¿Sería algo estético para tener un bonito pandero?¿O quizá sería trasplantarse el agujero del culo? Si, probablemente sería esto último. Sus días de sufrir almorranas habrían terminado. Sus almorranas eran grandes como pimientos morrones y solían sangrar a deshoras. Siempre con bolas de ciprés cogidas en el cementerio por los bolsillos. Aquél remedio casero de un amigo del bar no funcionaba. A Ramón le gustaba compartir estos problemas con amigos y desconocidos para ver sus caras de asco al hablarles de sus úlceras sangrantes circundando su principal productor de desechos sólidos.

Ahora sólo tendría que ver si se cambiaría el ano por uno nuevo o uno usado. Si fuera usado lo más probable es que me pidiera un culo de la nobleza y así poder cagar como un rey. Ramón sabía que era más fácil que le nombraran rey a que le pusieran el culo de uno, pero le gustaba fantasear con tamañas abominaciones.

Ramón era químico. Enseñaba física y química en un colegio de monjas a niñas adolescentes. Aunque no era su ambiente natural Ramón sabía adaptarse a su entorno. Todo el día rodeado de monjas y niñas. Ramón necesitaba sentirse hombre. Sentirse viril. 

Absurdas ideas sobre la masculinidad rondaban su cabeza. Un día ideó la más descabellada de sus obras para ser el macho alfa. El reto estaba en limpiarse el culo de una sola pasada. Nada de segunda vuelta. Sólo así conseguiría ser el ser superior que anhelaba y al que todo el mundo respetaría. 

Bocetos y esquemas llenaban su cabeza sobre cual sería la mejor técnica. No dudó en ponerla en práctica. Los baños del colegio fueron el lugar elegido para tamaña proeza. Ramón creía que la clave era hacer una bola de papel higiénico un poco mayor del tamaño de un puño y enérgicamente pasarla por la raja del culo de adelante a atrás.  Así lo hizo. Sin duda tenía que perfeccionar la técnica. La relación entre la fuerza con la que agarraba el papel higiénico y la velocidad de limpieza no era correcta. A mitad del proceso aquella bola de papel impregnada en restos de mierda salió despedida con una trayectoria parabólica que volando por encima de la espalda de Ramón terminó impactando en la puerta del escusado.

Sin duda la próxima vez saldría mejor. Ramón era hombre de ciencia. Ensayo y error. 

Satisfecho por su primer ensayo Ramón caminaba por los pasillos de colegio cuando una alumna se le acercó y le dijo:
- Ramón tienes chocolate en el hombro de la camisa - Y con decisión lo cogió entre los dedos con el ánimos de quitárselo.
Sin tiempo a que Ramón reaccionara, éste solo pudo ver como cambiaba el semblante de la muchacha al comprobar que no era chocolate. La bola de papel voladora había desprendido restos que habían terminado en su camisa. 
- MIEEEERRRDA - Gritaba horrorizaba mientras corría pasillo abajo. 

Todo es sospechoso. El perro es sospechoso. Cada veinte segundos el perro tose de una forma entre inquietante y graciosa. Me pone nervioso. Quizá sea la correa que le estrangula y no le deja respirar. Es un perro-patada, no impone respeto. Es un Yorkshire Terrier de baja calidad. 

Una pareja de ancianos son sus dueños. Es difícil de precisar quién pasea a quién. También son sospechosos. Salen de casa con sigilo y con premura cierran la puerta tras ellos. Algo esconden. Todos los días a las 20:53 sacan a la basura dos bolsas bien llenas. Sospechoso. Unos dicen que son sus pañales, otros aseguran que así se deshacen de cadáveres descuartizados que usan para algún tipo de rito pagano. Probablemente canibalismo.

Llevo un tiempo que no oigo toser al perro. Tampoco lo he visto paseando a sus dueños. Probablemente haya acabado también en una bolsa.

Es un vaso grueso de duralex. Hielos polimorfos flotan en un fluido transparente y oleaginoso. Al acercarlo a la boca noto un fuerte olor a alcohol. Sin duda este gin-tonic es capaz de curar la más profunda herida. Sé que si pruebo este brebaje quedaré afectado por una ceguera total propia de las intoxicaciones por metanol. Cómo puedo ser el único en darse cuenta de que nos quieren envenenar. Sin duda este no es mi sitio. Soy distinto y probablemente superior a todos ellos. 

A mi alrededor todos bailan espasmódicamente ritmos que parecen tribales. Todos se saben las canciones que pincha el deejay menos yo. Tantos años de solfeo y armonía, tantas fugas de Bach, tantas sonatas de Beethoven, tantos nocturnos de Chopin, para acabar sometido a un infame ritmo binario. Chis, pum. Chis, pum. Chis, pum. Chis, pum. 

Qué fue de los compases de amalgama y del contratiempo. Chis, pum. Chis, pum. 
Un martillo percutor tiene más variedad que ésto. Chis, pum. Chis pum. 
Intento descifrar las letras de las canciones que corean. Chis, pum. Chis, pum. 
Desafinan hasta en los silencios. Chis, pum. Chis, pum. 

A empujones consigo abrirme paso hasta el retrete. Es fácil llegar hasta allí. Sólo tienes que dejarte llevar por el olor a letrina infecta. Conforme me voy acercando noto como mis pies empiezan a chapotear sobre lo que supongo son orines. La gente sale del baño con la cara desencajada y con una euforia inconmensurable. Sin duda no podrían aguantarse más. 

Buscaré un árbol.

Supongo que la decisión no fue fácil y pensaron que hacían lo mejor. 

  • Presentar un concurso de acreedores de extinción. 
  • Presentar a la administración concursal un inventario completamente incompleto. 
  • Pensar que la deuda a los trabajadores la cubriría totalmente el fogasa.
  • Y abrir otro negocio que se dedicara a lo mismo con el material "reciclado" del anterior. 

Por lo visto añades cuatro letras al nombre antiguo y 'voila'. Ciertamente  de esta forma se minimizan mucho los problemas de cambio del logotipo en las plantillas e informes. Así como evitas a los clientes un gran trastorno por el cambio de nombre. 

Yo pensaba que la ley no permitía esto pero parece ser que si. 
¡Viva el vino!

Querido lector antes de leer este post le recomiendo, si no lo ha hecho ya que empiece por el principio de la saga. La historia interminable 1ª Parte

16 de octubre de 2012
9 de la mañana. Llaman al portero automático. --¡Correo Certificado!-- Exclama el cartero por el telefonillo.

--¡¡¡Recristo!!! una carta de hacienda. Seguro que el ministro Montoro me quiere empapelar.-- Exclamo. Parece que no les cuadra lo que mi jefe les ha dicho que cobré con lo que declaré. Obvio, yo no declaré las pagas extra que no había cobrado y que él le dijo a hacienda que me había pagado. Pues nada a buscar papeles por abogados y la administración concursal y demostrar la verdad. 

8 de noviembre de 2012
Desde los mentideros empiezan a llegarnos noticias de que oficialmente ya somos libre y estamos (por fin) en el paro.

12 de noviembre de 2012
Se confirman los rumores. La administración concursal nos comunica que el día 6 de noviembre 2012 se dictó el auto de extinción de nuestros contratos y nuestra relación laboral con Terra Control S.L. ya es historia. Ahora tendremos que apuntarnos al paro.

19 de noviembre de 2012
La administración concursal nos ha pedido el favor de que la acompañemos a la nave para ayudarles a identificar el inventario. Al entrar nuevas sensaciones recorren mi interior. Esto parece una nave fantasma. ¿Pero esto que es?. Todo igual pero distinto aquello era un "downgrade". Toda la maquinaría y material había sido sustituido por máquinas viejas y de peor calidad que las que había en el mejor de los casos. Para el resto de situaciones las cosas habían desaparecido. Si con lo que se saque de aquí tienen que indemnizarnos vamos apañados.

3 de junio de 2013
7 meses más tarde el FOGASA nos paga con un 60 por ciento de la deuda contraída con Terracontrol. El abogado se lleva un 10% de esta cantidad. Vaya ruina.

Llanto

Seis de la mañana, algo perturba mi sueño. De lejos se oye un inquietante llanto desconsolado. Tamizado por las paredes parece una psicofonía. Presto atención y creo entender gritos entre los sollozos: "Papa no está, papá no está". El ambiente es frío y húmedo y en la cama se está calentito. 

Sin duda es un niño, probablemente el de la vecina. No se calla. Su padre no está, eso ya me lo ha dicho, pero ¿dónde está su madre?¿Por qué no le consuela y me deja dormir?
Pienso en que han dejado al crío sólo en casa, o que su madre inconsciente está tirada en la bañera con una aguja colgando del brazo. ¿Debo hacer algo? Mejor espero. 

Parece que el temporal ha amainado. Me doy media vuelta meto la cabeza debajo la manta y sigo durmiendo. 

Tacet

John Cage sin duda era un esteta con toques de iluminación y genialidad. Su  obra más conocida y que todo el mundo ha oído alguna vez es 4'33''. Cuatro minutos y treinta y tres segundos de absoluto silencio. Además dividió la obra en tres movimientos. ¡Cáscatela!

Ignorante de mi al pensar que caraduras (o genios) de está guisa no quedaban muchos. Desconozco los motivos por los cuales mi amigo google me mostró esta publicidad. Otro genio se ha puesto a vender en el Google Play semejante obra. Y lo mejor de todo es que seguramente haya que pagarle derechos de autor a la SGAE. 




Dios omnipotente, creador y conservador de todas las cosas.
Tú, que eres llamado fuente de la luz y de la sabiduría, dígnate
infundir en las tinieblas de nuestro entendimiento un rayo penetrante
de tu claridad, que nos encienda en amor tuyo y de la verdadera
sabiduría, apartando de nosotros la ignorancia y el pecado.
Tú, que haces elocuentes las lenguas de los pequeñuelos,
llena de celestial erudición las nuestras y derrama en nuestros
labios la gracia de tu bendición.
Concédenos PERSPICACIA para entender, DOCILIDAD para aprender,CAPACIDAD para retener, SUTILEZA para interpretar y GRACIA para hablar.
INSTRUYENOS en el principio de nuestro estudio, DIRIGENOS enel medio y LLENANOS de sabiduría en el fin. Tú que eres verdaderoDios y verdadero Hombre y vives y reinas por los siglos de lossiglos. AMEN.

En un ambiente rebosante de hormonas adolescentes rezábamos esta "ORACIÓN PARA EL PRINCIPIO DE LA CLASE". Daba igual que fuera primera hora de la mañana o última de la tarde. Cuando el padre Victorino llegaba todos nos poníamos en pie y rezábamos a coro esta oración. 

Sus clases de matemáticas eran un universo alternativo. Su didáctica de la vieja escuela nos llevaba a la repetición exhaustiva de frases que en aquel momento (y probablemente hoy también) carecían de sentido: "La derivada de una función en un punto es precisamente el coeficiente angular de la tangente a la función en dicho punto". 
Para recordar unos cuantos decimales del número pi tenía una regla nemotécnica que decía:
"Soy y seré a todos definible,
mi nombre tengo que daros,
cociente diametral siempre inmedible,
soy de los redondos aros."
Después tan solo había que sustituir las palabras por su número de letras y nos queda un número pi con 19 decimales.

Sus castillos de fracciones eran tamaño pizarra y su resultado siempre terminaba siendo 2. "-Simplifique-" Nos gritaba cuando dejábamos algo simplificable escrito en la pizarra. 

A veces recurría a números circenses para explicar conceptos físicos. Nadie pensaba que aquel venerable anciano fuera capaz de sujetar con una mano una rueda de bicicleta, pero todo era posible gracias al "radio vector".

"Lo que han estudiado ustedes me lo como con pólvora y no me muero" Repetía cada vez que nos entregaba un examen corregido. Posiblemente sus insultos ahora le habrían llevado a la cárcel por racista. Sus preferidos eran "Besugo Moro" y por oposición "Merluzo Marroquí". Aunque "Atontao que no entiende nada" o "despotenciao" también resonaban en nuestro pueriles oídos. 

Pero lo mejor de todo llegaba cuando nos hacía recoger todo y poner las manos encima de la mesa. "-No manipulen-" nos decía. Había llegado el momento de la historia del día. Sin duda su mayor éxito era la historia de la negra que había conocido en una estación de tren y que hablaba cinco idiomas. Dios mío cómo podía ser aquello se preguntaba. Gracias al él aprendimos que el camión de la lejía conejo tenía la matrícula número 103 y en el interior del 0 estaba el agujero para meter la manivela y arrancar el motor. También nos contaba sus secretos de confesión. "Padre vivo con un hombre que no es mi marido, pero dormimos en camas separadas. ¿Es pecado?". 

Sus lecciones de moral a veces rozaban el surrealismo. El hombre no comprendía esa obsesión por la juventud por el desnudo y nos decía. "Porque yo he visto muchas mujeres desnudas... en una mesa de mármol... y no les he hecho nada." Solo hubiera faltado eso pensamos todos. 

Un día llegó a clase con una noticia del periódico que decía que un tren había atropellado a dos adolescentes cogidas de la mano. Sus conclusiones fueron las siguientes. "Las dos chicas estaban enamoradas una de la otra y para sellar su amor prohibido e incomprendido por la sociedad habían decidido suicidarse juntas." 

Su faceta cómica la solía explotar contando los chistes en primera persona como si los hubiera vivido:

Un día iba en el tren, en un departamento de esos hay cuatro asientos frente a otros cuatro, y estábamos tres, dos hombres más y yo.
Cogí la conversación empezada y uno le decía al otro:
-Así que usted es ruso...- Y el hombre apurado porque no debía saber nada de Rusia empieza.
-Muchos rusos en Rusia. - Tras un silencio valorativo añade
-Muy buena la ensaladilla rusa- y a los pocos segundos replica.
-Muy emocionante la montaña rusa, y de que parte de Rusia me ha dicho que era- Insiste.
-Yo ser de la Estepa- Contesta el Ruso con su tosco acento.
-Buenísimos los polvorones de la Estepa- 





Baño de mujeres


Sin duda era obra de una mente preclara, un visionario. Esa costumbre de ir en parejas al baño había sido optimizada. Se acabaron los turnos. Parecía una pequeño homenaje a "El fantasma de la Libertad" de Luis Buñuel. Qué mejor lugar que sentado en un retrete para exponer y desmontar los consensos ideológicos del día a día. 


Sin embargo si alguno tiene la necesidad irrefrenable de comer tiene que preguntar por "ese lugar" donde encerrado con un pestillo puede saciar su estómago.