Por un perro que mate

Hubo un tiempo en el que yo era una persona más o menos sana. No hacía deporte en exceso, pero al menos me desplazaba por la ciudad de forma saludable. Al principio iba andando a los sitios si no estaban a más de 40 minutos de camino sino cogía el autobús.

Durante mis años de universidad me aburguesé un poco y empecé a desplazarme por la ciudad en bici. Me consideraba un ser superior montado en aquel artilugio capaz de saltarse atascos y llegar siempre el primero a los sitios. Durante siete u ocho años solo tuve dos percances... El coche que me tragué (puto pizzero que se cruzó) y el perro que maté.

Ahora me río de aquel incidente con el jodido yorkshire terrier con lacitos rosas. Pero ciertamente pasé momentos de tensión. Circulaba delante de un autobús de la línea 22 por Anselmo Clavé, a la altura de la vieja estación del portillo, cuando aquella bola de pelo lacio saltó delante de mi rueda delantera. En décimas de segundo valoré la situación.... si freno el autobús me pasa por encima, así que levanté la rueda delantera lo suficiente para pasar por encima del perro sin caerme y mi rueda trasera hizo el resto.

Unos metros más alante paré y empecé a retroceder por a la acera. No llevaba dos pasos cuando una señora con abrigo de pieles, la cara pintada con espátula y unas gafas de sol de paellera se abalanzó sobré mi infiriendo estentóreos exabruptos.

A pesar de mi desgracia fortuna giraba a mi favor. Los hechos habían sucedido delante de la garita del policía que vigila la entrada a una casa cuartel. Él me defendió ante la señora e incluso la amenazó con denunciarla por no llevar el perro bien atado.

A lo que iba. Antes era un ser social que contribuía a la no contaminación usando los transportes públicos y otras alternativas más sanas al coche. Pero algo en mi ha cambiado. Estoy sufriendo un proceso de españolización.... No hace muchos días que tenía que ir al centro. Era una tarde que llovía con fuerza. Era un día de esos que se montan unos atascos monumentales.

Con un par de narices cogí el coche y me sumergí en la circulación de la ciudad. A pesar de todo no me costó mucho llegar, y lo que es más sorprendente... encontré aparcamiento a la primera y en la mismísima puerta. Me sentí como esos que cogen el coche para todo. Esos de los que siempre he protestado y lo seguiré haciendo. De todas formas por un perro que maté todavía no se me puede acusar de nada.