El barco estaba lleno de turistas de todas las edades. Me sentía un ser superior por conocer el lugar tan maravilloso al que nos dirigíamos y que toda aquella fauna ignoraban.

"Me cagüen todo lo que se menea y mi estampa de galán antiguo" exclame al sacar la tienda de su funda y comprobar que aquello tenía más palos que mierda la barriga una burra. De todas formas soy un hombre con estudios y no me supuso gran esfuerzo el descubrir como se montaba aquella casa portátil. Tal era mi destreza que mis vecinas de al lado me pidieron ayuda para montar su tienda. "Es que esto es como conducir... hace falta pene" Exclamé. Mi carta de presentación fue grandiosa. Sólo una de ellas comprendió mi humor, o al menos se sonrió. No me volvieron a hablar en todo el día.

Después de comer me fui a la playa de Figueiras, la nudista (El mundo está lleno de valores estúpidos y el pudor es uno de ellos). Allí estaba yo en bolas dentro de un agua congelada, sintiendo esa sensación de libertad entre mis piernas que no experimentaba desde hacía cuatro años. Cuando creí haber perdido mis testículos salí del agua, arrugado en todo mi ser. Si en todo mi ser. Para secarme fui hasta el extremo norte de la playa cuando vi que se acercaba, el único, el inconfundible Manolo, el arqueólogo del campo de trabajo.

Su visión era un poco psicotrónica a la par que loable. Como era de rigor en aquella playa iba desnudo pero en su cuello colgaba un cachirulo; ¡cáscatela!. Todavía guardaba el cachirulo que le había regalado hacía 1480 días atrás. "No me lo quito ni para follar" Respondió mientras me abrazaba. "Dejemos de abrazarnos que ahí hay un Asturiano del campo que pierde aceite" me dijo entre risas.

Pasamos la tarde en la playa hablando, riendo y echando la siesta. Después nos bajamos al bar a echar la cerveza del reencuentro. Quedamos para cenar en el "Serafín", el bar más cutre y mejor de la isla.

Yo volví al camping, me duche, me comí un paquete conguitos y me eché otra cerveza sentado en unas rocas mirando al mar. Entre ola y ola veía como entraban y salían de la ducha unas mujeres que incitaban al pecado. Cuando por fin dió la hora de cenar me encaminé al restaurante.

Cuando llegué, Serafín, el dueño del bar me reconoció rápidamente. "¡¡¡ Cagüen la mar salada, o rapaziño dos falos¡¡¡" Dijo en voz alta. Todo el mundo sentado a las mesas me miró con una mezcla entre risas y extrañeza. Cualquiera podría pensar ante tal exclamación que yo tenía varios miembros, y en cierto modo así era ya que hacía cuatro años me había dedicado a moldear penes arcilla y repartirlos por la isla.

Por lo visto todavía quedaban por la isla un par de aquellos monumentos fálicos. Al poco rato llegaron Manolo y Goyo, el cocinero del campo de trabajo. Nos sentamos en una mesa y pedimos raya, la especialidad del Serafín. Tras la cena, licor café y después al bar del camping a echar la primera birrita y seguir contando historias.

De allí fuimos al Rodas, tercer y último bar de la isla. Bailes, risas, presentaciones y cerveza. Nada nuevo. Decidí que ya era hora de retirarme, las cinco era una buena hora para retirarse. Me despedí de todo el mundo y les prometí volver pronto. Salí del bar, y empecé a andar hacía el camping. No tarde en darme cuenta que no llevaba linterna pero me daba igual, con el ciego que llevaba tampoco iba a ver mucho.

Iba feliz recordando a toda aquella gente que conocí un día en aquel paraje sin parangón. De repente un grito altero mi paz interior, era una voz de chica que pedía ayuda. "Eh, puedes ayudarme" me dijo. "No llevo linterna y no me atrevo a bajar por las rocas". Dios mio pensé, ya me veo aquí con todos los forestales en operación rescate. "¿Pero que haces ahí mocica?" le dije. "Es que subí cuando había luz y me quedé dormida sentada en una roca mirando al mar".

Yo no veía nada, igual que ella, pero daba igual. Subí a gatas por las rocas hasta donde se encontraba y le dije "Ya no tienes nada que temer, estoy aquí... ahora ¿Como coño bajamos?".

A trancas y barrancas conseguimos bajar. Andábamos al estilo cangrejo, arrastrando el culo y con las piernas por delante. Yo marcaba el camino y ella iba detrás de mi diciendo me que no fuera tan deprisa que tenía miedo. Una vez en el camino la muchacha me agradeció mi ayuda con un efusivo abrazo. Fuimos juntos hasta el camping y al llegar a la primera farola pudimos vernos la cara.

No sé si fue casualidad o simplemente el destino, pero era una de mis vecinas.
- Coño si eres el hombre que conduce y monta tiendas con el pene
- Ya ves casualidades de la vida.
- Esta mañana me pareciste un majo-desagradable, pero ya he cambiado mi opinión de ti. Muchas gracias.

Tras un silencio valorativo y mirarnos con cara de tontos le dije.
- Si esto fueran condiciones normales te pediría matrimonio y tu tendrías que aceptar, porque te he salvado de tener que dormir con las serpientes. Pero hoy me siento feliz de estar en esta isla así que solo te pido que digas tu nombre.
- A ti se te va mucho la pinza ¿verdad?
- Yo pregunte primero. Además la respuesta a tu pregunta es evidente.
- María, me llamo María.
- Yo Jesús, encantado.

Me acerque a ella y le di dos besos de presentación.
- Bueno encanto puesto que no te vas a casar conmigo y yo no creo que tengas ganas de sexo esta noche me iré a dormir.
- Estás loco.
- Lo sé.

No la volví a ver, ni a ella ni a sus amigas.