La dama y la Virgen del Rocío.

El verano había sido caluroso pero aquella noche hacía falta abrigarse. Salimos los tres del bar. El cierzo nos estremece. Ella espetó.
- Uf... tengo ciertas tensiones que debo aliviar.
- Pues nada, entras de nuevo al bar, que nosotros te esperamos aquí. - Respondo.
- Pa'que voy a entrar otra vez. El frondoso follaje de aquellas adelfas es todo lo que necesito para aliviarme.

Epatado por la sencillez y vulgaridad de sus palabras observo atónito, la que hasta el momento me había parecido un poco pija, como diligentemente se dirige a las adelfas, se desabrocha el botón de sus pantalones y lanzando entrambas posaderas al aire se dispone a hacer lo que otra no pudiera hacer por ella.

A pesar de haber educadamente apartado la vista, y que las adelfas no eran lo suficientemente frondosas, me fue inevitable el ver aquellas bragas color carne. Cualquier picaresca intención que pudiera albergar dentro de mi de mirarle el culo a aquella dama había sido anulado. Dicho color es para mi el más antierótico que la ropa interior conoce.

-Podéis pasarme un pañuelo de papel. Bueno mejor traerme el bolso entero. - Dijo con cierto apuro.
-Que pasa ahora las adelfas no son lo suficientemente suaves para ti. - dije en tono burlón.

El frío nos hacía superar la embriaguez de nuestros cuerpos y mentes con mayor rapidez de lo habitual. Buscábamos un taxi. Queríamos ahorrarnos media hora de paseo bajo aquella gélida temperatura. Caminábamos mirando hacia atrás. Atentos. Buscando un coche con una luz verde en el techo. Sin previo aviso un chiflido, más propio de un camionero que de una dama, me deja sordo. Al instante un taxi para delante de nosotros. Ella se sienta delante.

Le indicamos nuestro destino al taxista. Ella empieza a sacar brochas y pinturas de su bolso sin fondo. Baja el espejo de la visera del taxi y se empieza a decorar el rostro. Todavía no se había dado la primera pincelada cuando el taxista comentó:
- Si necesitas más luz... enciendo ésta. - Un foco para alumbrar un campo de fútbol iluminó su rostro.
El taxista no sabía que aquel gesto para ganarse el agradecimiento de la dama le iba a suponer un completo "vía crucis" hasta que nos apeáramos.

Estación Segunda: "La dama empieza a cambiar el díal de la Radio."
Mi educación en colegio de pago y los cánones de las buenas costumbres me habían enseñado que aquello era una herejía. Pero allí estaba ella. Tocándole los botones de la radio para quitarle la COPE y sintonizar la Máxima FM. Chunta, Chunta.

Estación Tercera: "La dama rebusca entre los discos del taxista."
- Dios mío. ¿cómo te puede gustar la Pantoja?. - Sin respeto alguno por aquel desconocido había decidido tutearle y de paso criticar sus gustos. El taxista lejos de amedrentarse dijo:
- Doña Isabel es la más grande.-
- Que ha parido España. - Dije yo concluyendo su frase.
- Mira a ver si tiene la de "virgen del rocío" en el disco y la pones. - Continué diciendo
- Como escarpias se me ponen los pelos cada vez que la escucho. - Replicó el taxista.

Por suerte o por desgracia nuestro trayecto se había acabado. Bajamos del taxi y seguimos la fiesta.